miércoles, 30 de enero de 2008

Lolita y “el Chorri”

Un amigo mío, “El Chorri”, por ejemplo, desde que andábamos por el colegio pude advertir un vago gusto por las de menor grado; quién diría que hoy a sus veintitantos años se haya convertido en un cazador de nínfulas, a la búsqueda de ese olor peculiar, de ese encanto juvenil y sedicioso, que perturba y enajena sus entrañas.

Este es el último post del mes, y no por eso será causa de algún dolor lumbar. El tema es preciso (no por eso absoluto, sería estúpido fingir ser dueño de la verdad) y sujeto a cuestionamientos, discrepancias y evocaciones. Lo hice pensando en que lo lean mientras se enfría la sopa.

Los hombres, como la naturaleza humana, tienen una afinidad con lo prohibido o azaroso. Ahí están los deportes de aventura, y los retos que implican la vida misma. Por lo demás, entendemos una necesidad de adrenalina, que trae consigo cierta enajenación y sensación de éxtasis. Pero ¿cómo se justifica (hablemos del hombre) del gusto hacia las púberes o niñas que oscilan entre 14 y 18 de parte de hombres que, muchas veces, duplican la edad? No estamos hablando de hombres cincuentones con bellas damas treintonas, sino del contexto específico de las púberes que ingresan al bajo mundo de las tribulaciones de un hombre desquiciado. A este tipo de “mujeres” se les conoce en el entorno literario como nínfulas. El buen Nabokov en su libro titulado “Lolita” las describe de la siguiente manera: “Entre los límites temporales de los nueve y catorce años surgen doncellas que revelan a ciertos viajeros embrujados, dos o más veces mayores que ellas, su verdadera naturaleza, no humana sino de ninfas (o sea demoníaca); propongo llamar nínfulas a estas criaturas escogidas.” Estas criaturas suscitan en algunos hombres ciertos deseos carnales y libidinosos que a menudo los deja fuera de sí. Pederasta, enfermo, rompepampers, chibolero, galán de nido; lo cierto es que estas niñas que juegan en la línea que divide la mocedad de la adultez, encarnan una personalidad de por sí magnéticas. Oí hablar de ellas una vez en un artículo que publicaba Marco Aurelio Denegri en una revista de La República por el 2005, y quedé perturbado por las características ahí descritas. En primer lugar, su olor, su encanto disforzado, su plétora de cosas inefables, quizá su mezcla de inocencia y rebeldía, su necesidad de protección. Siendo hombre, entiendo esta naturaleza escurridiza y vertiginosa. Un amigo mío, “El Chorri”, por ejemplo, desde que andábamos por el colegio pude advertir un vago gusto por las de menor grado; quién diría que hoy a sus veintitantos años se haya convertido en un cazador de nínfulas, a la búsqueda de ese olor peculiar, de ese encanto juvenil y sedicioso, que perturba y enajena sus entrañas. Sin embargo a mi amigo “el Chorri” le disimula bien su estatura, pero como él mismo dice, hay otros “descarados” que siendo visiblemente mayores asedian a estas mitad-niñas-mitad-mujeres con tal frescura como si se tratara de una coetánea. Un ejemplo de este tipo es mi buen amigo Leonardo. Leonardo, llamémosle el descarado -aunque está en su derecho-, cursa el séptimo ciclo de la universidad y, para el ejemplo, su enamoradita aún no guarda su DNI en la cartera (haría bien en decir canastita). Según me cuentan, es esa chispa adolescente la que los hace olvidarse de sus cuentas, de sus obligaciones, de sus preocupaciones y cavilaciones, sumergiéndolos en la felicidad juvenil de que todo se puede y que se viva el presente.

Gustos aparte, lo cierto es que el gusto por las nínfulas tarde o temprano se disipa, a medida que pasan los años y el gusto pasa a otro nivel, menos carnal y más trascendental; o siguiendo la temática éstas dejan de ser esas coquetas niñas traviesas y se convierten en una mujer escéptica, insípida e ignorante de su mediocridad.

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jueves, 24 de enero de 2008

La nostálgica “Cocharcas”

La “Cocharcas”, prehistórica línea que es considerada un vestigio del parque automotor de los 70s, donde religiosamente abordábamos, Laura y yo, para enrumbar a nuestras casas.

Recuerdo con mucha nostalgia los días en que salía cachimbito de la universidad a las 6 de la tarde. Salía dando cada paso lento y seguro en dirección al paradero. Asustado miraba de un lado a otro viendo cruzar miradas furtivas y oscuras. Replegado al lado derecho de la calzada caminaba obsecuentemente intentando no parecer un ingresante, es decir, escondiendo y camuflando mi naturaleza neófita en las aulas universitarias. Aún no me acostumbraba ver a tanta gente tan atolondrada y fuera de sí. Tenía la sensación de que era advertido, reconocido. En esos tiempos tenía en mi blanda cabeza el estereotipo del universitario con su cabello desbaratado de tanto pensar, cigarro en mano, algún(os) libro(s) bajo la axila, apresurado al andar, mirada lasciva, y actitud beligerante como queriendo confrontar alguna idea o debatir algún precepto. Nada más lejos de la realidad. La universidad es lo que es una universidad: un lugar que tiene la característica de su pluralidad, con gente de todo nivel, costumbres, y manías que diferían en cada uno. Podías encontrar en los escalones de la facultad de letras a tipos algo descuidados en su vestir, con cabellos largos y ropas sueltas al estilo de un hippie, como también al pituco de barrio saliendo laxamente de la facultad de administración con lentes de sol y gel en los cabellos. Y de verdad que hay estereotipos: el de sociales, el de matemática, el físico, el de derecho, etc.

Bueno, saliendo yo, tranquilo y apaciguadamente, tenía la posibilidad de tomar mi carro en universitaria o en Venezuela donde encontraba el carro menos lleno. Yo prefería hacerlo en la av. Universitaria donde encontraba a alguno de los que serían mis amigos de la universidad. Estando ahí parado atisbando llegar mi carro, a veces divisaba la extraña y singular figura de una chica que mi memoria fotográfica había visto en algún lado o momento (Quizá en alguna clase de geometría). Técnicamente había estudiado conmigo en la academia, sin embargo nunca había hablado directamente con ella sino es con su amiga. Su nombre era -es- Laura, chica divertida, espontánea, conversadora, y sobretodo risueña. Recuerdo que las cosas que yo decía ella las encontraba una gracia, que contagiaba, aun cuando lo que dijese no tuviese pies ni cabezas, que el chiste haya salido mal o que termine olvidando lo contado. Coincidimos en muchas cosas. Coincidimos en la facultad, en el salón de clases, en la procedencia académica, en la edad, y extrañamente en el carro que nos llevaba a nuestros respectivos hogares: “La Cocharcas”.

La “Cocharcas”, prehistórica línea que es considerada un vestigio del parque automotor de los 70s, donde religiosamente abordábamos, Laura y yo, para enrumbar a nuestras casas. Lo que diferencia a la Cocharcas de otras líneas es su ostensible longevidad. Y esto se evidenciaba más cuando de pronto por un imprudente bache nuestra Cocharcas quedaba varada sacando la lengua, con alguna pieza lánguida que no resistía tales exabruptos. Pero eso no importaba, le habíamos agarrado ya un cariño a la Cocharcas que siempre terminábamos sentados en algunos de sus incómodos asientos torciéndonos las espaldas y reclamando, eventualmente, nuestros pasajes. Esto no sucedía a menudo, solo a veces, digamos una vez a la semana si teníamos suerte. Una vez tuve que bajarme dos veces de dos Cocharcas distintas, fue el colmo, pero eso al contrario de enojarme me divertía, me parecía anecdótico y gracioso, a pesar de llegar tarde a las clases de Ruiz que daba la impresión de que andaba también en la Cocharcas. Casi todos los días, tomábamos la Cocharcas con la que se volvió una estrecha amiga de siempre, Laura. Una vez sentados (o estando parados) agarrábamos algún tema de conversación y la volvíamos interminable, raros eran los vacíos, y lo que abundaban eran las risas. Comenzábamos conversando de alguna tarea, de algún profesor, de la universidad, de la educación, de alguna noticia, y de pronto nos convertíamos en unos sabuesos que fisgoneaban las intervenciones, despelotes y sandeces de algún compañero o profesor. Ese añejo y pequeño espacio que era la Cocharcas nos servía para escuchar música, comentar algún libro, o simplemente hablar sin prisa abandonándonos en el tema que nos viniese en gana. En ese pedestre, arcaico y trillado vehículo encontrábamos un lugar donde charlar por los 45 minutos que duraba el recorrido.

Tortuoso era el camino si iba solo, donde cada viaje lo convertía en una extensión de la cama. Los ritmos rimbombantes adormecían y dejaban pasar lentamente el llamativo paisaje de Los Olivos y SMP, como una aburrida descripción de Jorge Isaacs. A pesar de eso ninguna vez me he enterado de alguna colisión o choque de la Cocharcas, es más creo que una palabra que describiría bien la personalidad de la Cocharcas es prudencia y frugalidad. Era un pasajero tan asiduo a esta línea que me sabía las distintas caras de los montaraces cobradores, sus muletillas, sus cadenas de paraderos (Metro-Megaplaza-Pro), y sus exclusivos horrores lingüísticos. Involuntariamente siempre terminaba sentado en la Cocharcas con Laura, hiendo a paso de tortuga y con la incertidumbre de llegar a casa con el mismo carro. Como se extraña aquellos tiempos. *

[Me pareció oportuno incluir este video de la escuela de combistas: "Sarita Colonia", la voz.]

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lunes, 21 de enero de 2008

"El susurro de la mujer ballena"

“Las mujeres están mejor dotadas para la amistad que los hombres y son más capaces de un compromiso emocional intenso. Ellas viven su vida de forma más apasionada y radical. Los vínculos que establecen son más fuertes pues los hombres vivimos más encerrados en nosotros mismos”

Debo confesar que leí la última novela de Alonso Cueto “El susurro de la mujer ballena” durante las vacaciones de medio año del 2007. La encontré tan intrigante y desmesuradamente vinculante que la terminé de leer en un par de días. Recuerdo exactamente que las últimas páginas fueron más que excitantes y que luego de terminarla de leer a las 5 de la tarde de un 13 de agosto me quedé dormido en el sillón como si hubiera cerrado un ciclo y no quisiera escuchar nada más.

“El susurro de la mujer ballena” comienza con el encuentro fortuito de dos extrañas amigas en el colegio: Rebeca y Verónica (protagonistas del libro). Muchas cosas sucedieron en las vidas de ambas mujeres y luego de varios años se encuentran para caer en el devenir de un recuerdo tortuoso y una sed infinita de venganza de Rebeca.

Esta novela explora el poder de la culpa y la necesidad de expiación, la metamorfosis del afecto y los avatares del amor. Además tiene como eje el culto a la belleza, considerada por el autor como la primera religión del siglo XXI.

Alonso Cueto es uno de mis autores preferidos por muchas razones: por compartir la nacionalidad, por “La hora azul” novela exquisita, y por su prolífica carrera literaria. “El susurro de la mujer ballena” es una gran novela relatada por un hombre y que curiosamente sus personajes son femeninos, siendo eso lo que la hace colosal.

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miércoles, 16 de enero de 2008

Los extraños gustos del tío Cleto

Los Olivos (Mz. 32 lt. I), mayo del 2001

Recuerdo que un día la vecina de al lado que tenía poco de cuerda, vino pidiendo un champú a las 6 de la mañana. Esto no tendría nada de extraño si es que venía con algo de ropa encima, lamentablemente (afortunadamente para el tío Cleto), llevaba vestida solo un short muy pequeño que dejaba ver sus inacabables estrías y un camisón grande entreabierto (quizá de uno de sus amantes de turno). La vecina de al lado era una señora de aproximadamente 48 años, de personalidad ladillosa, maldiciente, y necia hasta los tuétanos, que al parecer nunca había tomado un baño de sol, ni mucho menos hecho una sesión de footing; en pocas palabras ver a la vecina de al lado en esas condiciones era un castigo a los ojos de cualquiera que no tuviera los gustos extraños y estrafalarios del tío Cleto, que había salido a contestar una llamada a la vereda disque porque no había señal adentro de la casa. El tío Cleto estaba casado con la tía Rosa (la menor de las hermanas de mi viejo), y desde antes de casarse, el tío Cleto había demostrado ser un donjuán. Luego de casarse yo notaba en él una suerte de resignación a vivir atado a una mujer por mucho tiempo (no digo el resto de su vida). El tío Cleto era el típico hablador de polladas, conversador hasta sus narices, y polémico comentarista deportivo. Tenía una pasión empedernida por el alcohol y eso lo demostraba su paquidérmica figura.

Como decía, la susodicha señora, llamémosla Sra. "O" (por llevar esa letra un parecido con su impactante figura) solicitó un champú de reciente salida al mercado (quizá pensando lucir como la nada parecida a ella chica del comercial luego de bañarse con ese champú). Al ver que no tenían el champú que ella quería salió del local gritando vituperios acerca del stock de la tienda. Se fue a la tienda de la espalda (igual con su minishort y el camisón de hombre que tenía puesto); desde luego el tío Cleto, no pudo resistir a la inusual pasarella que se exhibía en el barrio y salió a tomar aire un rato. La tía Rosa se percató de la ausencia de su esposo y preguntó:

- Dónde está Cleto!-

- Se ha ido detrás de la vecina calata- puntualizó la abuela.

- Ahora va a ver ese malnacido.

Repentinamente el tío Cleto apareció como por arte de magia.

- Dónde te habías metido- preguntó con rabia la tía Rosa esperando de antemano alguna mentira espontánea considerada lo suficiente estúpida para mandarlo al diablo.

- Fui a comprar pan- contestó sereno, como siempre, el tío Cleto.

- ¿Pan o panetón?- siguió la tía Rosa.

La abuela, que presenciaba el interrogatorio desde el mostrador, subió a su cuarto dejando a los esposos esbozar diferencias en torno a las repentinas e inusuales compras de pan, aun cuando el tío Cleto detestaba el pan, pues encontraba más rico y nutritivo un buen tacu tacu o un calentadito de loquesea en el desayuno.

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domingo, 13 de enero de 2008

Solo es un sueño (Parte II)

Esta es la segunda parte del gran cuento de los sueños. A menudo sueño con que el blog es recomendado por Peru21. ¿Será un presagio de que estoy mejorando?

Comencemos diciendo que los sueños pueden caer bajo el aspecto de las más grandes hazañas inverosímiles, de las ideas más absurdas, de los hechos más abominables, de los miedos enfermizos, y de todo cuanto esté en la superficie subconsciente. Por ejemplo de niño, en sueños le declaré mi pueril amor a una muchacha del colegio, Gloria, y magistralmente no fui choteado, sino correspondido. Lo inverosímil, en este caso (no es el haber sido aceptado) es el valor de decírselo, porque recordemos que en las épocas mocosas yo era el chico más tímido sobre la faz de la tierra. En los sueños se nos podría ocurrir la panacea para el sida, de pronto se nos podría sobrevenir la solución para el conflicto de medio oriente, o (algo más cercano) la estrategia para llegar al mundial, pero a penas despiertos, resolveríamos en qué ideas más tontas y absurdas se nos ocurre (lo extraño es que en el sueño parece tan exacto, tan aplicable). En otro sentido, una vez soñé matar a un hombre, enterrarlo en el jardín de atrás y salir corriendo por los techos de las casas ante la mirada atónita de los vecinos. Sólo en los sueños, podemos sentir miedo a una manzana, o peor aún, una paloma podría hacernos orinar de miedo. En los sueños es que nos da miedo lo más inocuo del mundo, y valentía los hechos más siniestros del mundo.

A veces los sueños (no sólo mío) no guardan una secuencia lógica, y cuando uno las recuerda es semejante a un chiste de melcochita. Un rato puedo estar caminando con mi madre, y cual pronto tener a Lindsay Lohan al costado, entrar a un restaurante y luego salir de un retablo (no el de Comas), caminar por la vereda y toparte con tu hermano menor, que ahora es más grande y garbo que tú, subir a un carro, cruzar la avenida Tacna y llegar a un subterráneo con afiches del concierto del viernes de U2 y Pearl Jam en el estadio de San Marcos, hasta que finalmente llegas a tu casa y te espera tu esposa que no es otra que la vecina del costado. Despiertas sudoroso, felizmente solo es un sueño.

¿Quién no se ha soñado desnudo en plena calle a la salida del colegio? ¿Llegando a las justas a la universidad descalzo o sin mochila? ¿En calzoncillos en una combi llena de puras suegras sentadas y bellas señoritas candorosas paradas a tu costado? (Quizá este último solo yo) ¿Algunas vez no se han percatado de que están en pleno sueño, cobran consciencia de que sueñan, y tratan de guiar el sueño, de controlarlo y hacer de él una suerte de alter ego, donde se pueda hacer lo que queramos sin temor a la censura o al desapruebo? (Se imaginan tener licencia para matar) Y qué decir de los disque sueños premonitorios. En mi opinión, como diría Pizarro cuando le preguntan acerca de si Guerrero salió de la concentración: ¿En realidad están creyendo eso?

Sentado frente a la computadora, para intentar excitar mis neuronas tomo un gran sorbo de vino (glup!... mi mamá me mira con extrañeza) y afilo mis dedos para explicar en algo la naturaleza de los sueños. Inexorablemente tenemos que citar a Freud y el psicoanálisis. Uno de los descubrimientos que hace Freud es que las emociones enterradas en la superficie subconsciente suben a la superficie consciente durante los sueños. Eso quiere decir que nuestras emociones reprimidas se alojan en el subconsciente y son en el sueño donde estas se manifiestan, por ejemplo la emoción de ultimar a alguien. Absolutamente todos los sueños representan la realización de un deseo por parte del soñador. Eso quiere decir que si soñamos con Eva Méndez, no significa que vayamos a conocer a Evita durante un almuerzo en la cebichería de al frente de la universidad, sino que simplemente es un deseo abandonado en el subconsciente. Entonces mis sueños con que comencé a narrar la primera parte de esta entrada, representarían el miedo a la muerte, a quedarme estancado en alguna fase de la vida, en no saber cómo expresar mis sentimientos, en sentir que no voy hacia ningún lado.

Con respecto a los sueños desordenados, ilógicos y absurdos la teoría nos dice: “La "censura" de los sueños producen una distorsión de su contenido. Así que lo que puede parecer ser un conjunto de imágenes soñados sin sentido puede, a través del análisis y del método "descifrador", ser demostrado ser un conjunto de ideas coherentes.” Hay cosas que no quisiéramos contar a nadie, cosas que hicimos y dejamos de hacer, que nos volverían en los seres repudiados y señalados por el dedo acusador de los demás. Entonces ahí hay una censura, una censura inconsciente que hace que nuestros sueños se vean deformados, y que los consideremos desordenados, triviales y absurdos una vez despiertos, pero que guardan una carga subconsciente (un asesinato, una violación, un odio inexpugnable, un amor platónico) que sólo podría ser descifrado por un psicoanalista. ¿Se imaginan a Alan García sentado en un diván hablando de sus sueños?

Para el psicoanálisis para poder interpretar un sueño (que no es el fin, en sí mismo, sino el medio para resolver un conflicto interno) se debe distinguir entre dos cuestiones: el contenido manifiesto y el contenido latente. El contenido manifiesto es la secuencia con que discurre nuestro sueño, es la forma cómo se expresa el sueño; mientras que el contenido latente es el verdadero significado del sueño. Muchas veces como decía, los sueños pueden engañar a las personas deduciendo equivocadamente, guiándose por el contenido manifiesto e ignorando el verdadero significado del sueño, es decir, el contenido latente. Caminar descalzo, llegar desnudo a un lugar, a veces representa un sentido de no sentirse a la altura de un acontecimiento en su vida, o de la vida misma, también puede significar que se tiene miedo de que alguien averigüe algo que se prefiere esconder.

Finalmente, el sentido que le demos de un sueño puede diferir en cada uno de nosotros, ya que cada quien tiene una personalidad distinta al otro. Cada uno es consciente de que esconde, a qué le teme, que le angustia, o que anhela. Si vemos por ahí las cosas, quizá los sueños dejen de atormentarnos tanto, y sigamos soñando en salir dentro de los recomendados de Peru21.

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jueves, 10 de enero de 2008

Solo es un SUEÑO (Parte I)

1. Era un día nublado, gris y bullicioso, como a menudo es en la ciudad de Lima (salvo excepciones cuando lo es más). Tras un leve sonido en el cielo, el ambiente cobra cierta paz y quietud. Mi hermano conduce la Daewoo, y las demás personas se encuentran tranquilas mirando por la ventana, comiendo tunas peladas, tirando por la ventana caña de azúcar mascada, otros, más solitarios, se abandonan en el mp3 y otros aún más, están doblados del cuello, pegando una cabeceada al costado de la ventana. Es raro, mi hermano de conductor de la Daewoo, pareciese que nos vamos de paseo a alguna playa o de campamento, pero… ¿y toda esa gente? Yo, estoy a mitad del bus, pegado a la ventana, viendo el cielo y distinguiendo el silencio que se produjo no sé desde cuándo. Pareciese que yo fui el único que percibió ese cambio. Todos están tranquilos, menos yo. Una acorazonada me dice que se avecina algo. De pronto, todo se oscurece, un silencio absoluto y me quedo paralizado. No puedo hablar, moverme, ni gritar. El miedo se apodera de mí y siento que ya no soy parte más de este mundo. Pronto cobro consciencia de que es un sueño e intento moverme, despertar, gritar, pero es imposible. Pareciese que tengo un bloque de acero encima de mí y no puedo hacer nada. Por fin puedo moverme, primero mis piernas, luego lentamente las demás partes de mi cuerpo. Me levanto extraño, angustiado, perturbado, sin saber qué pasó en esos momentos en que alguien o algo me oprimían.

2. Estoy en la casa de una amiga de Mónica. Estamos conversando de lo más amena y peculiarmente, tocando distintos temas y riéndonos de todo, como si estuviésemos bajo el efecto de marihuana, cocaína o ayahuasca. Quizás hayamos estado bebiendo algo, lo dudo. Le insinúo a Mónica que es tarde y que la zona es un poco movida a esas horas de la madrugada –estamos en Chillón y los jóvenes entusiasmados salen a buscar a sus compadres por el barrio- así que le digo que vayamos a mi casa. Ya había advertido, yo, unos tres tipos en la esquina jugando con una llanta y riéndose a carcajadas porque uno de ellos no maniobraba como los demás lo hacían. Este último me ve, y resuelve en sacar un cuchillo y juguetear con él pasándolo de una mano a la otra. De la nada, como un cocodrilo que se coge de la pierna de un venado, éste arremete al cuello del otro que se reía con ligereza y le aprieta con mucha fuerza en el cuello, hasta dejarlo desangrado. El otro chico le encuentra una gracia incansable a este hecho y procede a celebrar la pertinencia de el del cuchillo. A mí, extrañamente no me causó más que indiferencia el ver a esos payasos haciéndose daños entre ellos. Ni siquiera me importó que esto fuera una advertencia, una abierta muestra de que si salía me pasaría lo mismo. La pusilanimidad se había esfumado de mí (confieso que no recuerdo si estaba bebido o no). Entonces le digo a Mónica que ya nos vamos, que es tarde, que ya me las arreglaré yo, pero ella tenía los ojos vidriosos y medios salidos, los tenía tan dilatados que no la reconocía muy bien, yo la tenía en mi frente y ella miraba con espasmo a mí atrás. ¡Qué pasa Mónica! alcancé a decirle, algo exaltado. Giro la cabeza con presteza, haber si encuentro menos bochornoso la escena. Flash! Una luz resplandeciente atraviesa mis ojos y me deja en absoluto desconcierto. Respiro –eso creo- y quiero cobrar fuerzas para levantarme, pero no puedo hacerlo, todo mi cuerpo está muerto menos mi consciencia que resiste a creerlo. Estoy paralizado, no puedo moverme, siento un gran peso encima de mí, y no puedo hacer nada más que desesperarme, buscar alguna salida, moverme. Pronto cobro consciencia de que estoy soñando, e intento moverme, pero es esfuerzo en vano. Tras unos interminables segundos, por fin, puedo mover mi pierna izquierda, y luego paulatinamente e l resto del cuerpo. Esta vez, estoy menos intranquilo, son las 3:00 de la madrugada, me acosté tarde hoy y tengo cansancio. Ya tengo una interpretación de este sueño, así que me doy vuelta boca abajo y cierro los ojos nuevamente.

Estas son dos breves narraciones de dos sueños o pesadillas que he tenido. En ambas se repite la misma sensación de vacío, de muerte, de inamovilidad absoluta, de una extraña mezcla de consciencia y miedo.

Los sueños, como lo advertí en la anterior entrada, era el centro de esta conversación que se podría volver interminable y fuente de discusión. ¿Qué opinan acerca de los sueños? ¿Creen que a través de los sueños se nos pueda advertir de un hecho futuro? ¿Es posible controlar nuestros sueños? ¿Qué se esconde detrás de nuestros sueños? ¿Qué creen que signifiquen mis sueños? Ayúdenme a descifrar qué se esconde detrás de este universo escondido que se evidencia en nuestros sueños. Hasta la próxima.

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martes, 8 de enero de 2008

Apología a la verdad (Miento…al hueveo)

Largos días me esperan, sentado en mi computador a la espera angustiante de una llamada, de una bendita timbrada al celular en ofrecimiento de una entrevista, una pregunta, un saludo, algo!... de una (sólo pido una) empresa donde trabajar. El año pasado, claro, fue distinto, pues en estos días estaba en un trabajo más o menos estable, cómodo, satisfecho y con ganas de hacer las cosas bien, de empezar el año empleado. Ahora es distinto: no tengo un trabajo, no tengo ofertas que evaluar, la página del BCP está en mantenimiento (como otras), computrabajo más parece una agencia de modelaje (sólo señoritas con buena presencia), y en general el panorama se pinta sombrío, con escasas posibilidades de trabajar y abundantes oportunidades de huevear. Mientras tanto mato el tiempo leyendo uno que otro libro polvoriento, terminando de leer algunos números de la revista etiqueta negra (por ejemplo una crónica del amor heterosexual de dos personas homosexuales, que se titula “Ella era un caballero, él era una dama”), haciendo el esfuerzo más grande del mundo en el gimnasio, desempolvando la guitarra, y, claro, gastando tinta en este blog. Últimamente he tenido problemas para conciliar el sueño (eso lo ha podido constatar Kathy, o Kathicita como gusta que la llamen) y eso, creo saber a qué se debe. Ahí están “los desarreglos de noche”, es decir las salidas noctámbulas, las lecturas novelescas, las cenas y sobrecenas de fiestas, las películas de HBO, de Cinecanal, en fin, todos los desarreglos que signifiquen alterar mi reloj biológico, que hacen que a medianoche no pueda pegar los ojos y descansar finalmente. Debido a esto es que en el siguiente post quiero hablar, haber si me alcanzan argumentos, sobre los, últimamente, anhelados sueños. ¿Pesadillas? Está bien. Los sueños es todo un tema de conversación así que la próxima entrada me parece muy interesante.

A propósito, en lo que va del año (8 días) no he visto ningún comentario, ningún insulto, ninguna réplica, ningún ninguneo, ningún saludo, nada. Debo suponer que uno está en los proyectos de verano, los planes, las chicas, los chicos, y por lo tanto, mi blog pasa desapercibido, ni siquiera por mis amigos más cercanos. Dónde está Edy que me prometió comentar los fines de semana, Kathy, Luchy, Antonio, Palunguito, Carla, Armando, Yisseth, Careli, nadie. Espero con ansias sus voces ecuánimes en algunas de las entradas para poder responder como siempre, entre lo caricaturesco y lo melodramático.

Como verán el objetivo de esta entrada ha sido, y quiero ser sincero, quiero comenzar el año haciendo las cosas de la manera más transparente y sin vellosidades en la lengua (otra vez la digresión). àVolviendo al objetivo de la entrada: quemar tinta. O bueno como se llame a lo que se escribe por escribir sin mayor fin ni justificación. En ese sentido, esta entrada llamémosla “Apología a la verdad (Miento…al hueveo)” por carecer de ese sentido que le dan a los escritos ese aire de solemnidad. Sí, lo admito y me importa un bledo, comino, pepino o chicle que me tilden de mercader de palabras, cagatinta, cotorra de alcoba, tirano de la información y cosas similares. Esa carencia no tiene justificación, bien podría ahora no colgar este post, pero estaría hiendo en contra de lo que ya hice. El texto ya está escrito y colgado, y cuando leen esto (si es que lo leen, o como hace mi estimado Juan, alias Vaquita, sólo lee el título y comenta) no hay posibilidad al veto, sólo a la interpelación. Disculpen, la excesiva carga adolescente que tenga el post, pero así es pues, cuando en estos tres meses de vacaciones, uno se siente como recién salido del colegio, sin mayor plan que el de seguir el inglés, buscar chamba, y…ya saben.

(Y ahora viene el elocuente conector lógico de contraste) “Sin embargo”, no se den por defraudados, no todo está perdido en esta entrada, porque quiero rescatar el poco tiempo que les haya defraudado leer líneas arriba, para esbozar algunas ideas, en este blog, que tengo en mente. ¿Sudor? Así se llamó el primer post del año, y hacía referencias a lo excitante y escurridizo que se vuelen estos tiempos. Oh sí. Hay dos tipos de sudores: uno el inoportuno y jodido, y el otro, el satisfactorio y motivador. Si queremos saber del primero veamos un polo mojado debajo de las axilas o peor aún, viajemos en una combi a las 8 de la mañana, atiborrados como sardinas. ¿El olfato de Anita? El segundo, se trata de los sudores originados por un hecho voluntario que tiene como fin disminuir o moldear nuestra anatomía tonguesca, es decir los sudores del gimnasio, del footing, de la pichanguita, de los aeróbicos y de todo cuanto sea deliberado y deportivo. Producto de estos sudores nace la idea de “las nínfulas y viceversa”, que es una entrada en tercera persona a cerca de los contrastes de la vida: una niña que juega a ser mujer, y una señora que deslinda de la etiqueta de “señora”. Otra idea esbozada, en este post es acerca de mi amiga Laura, y los tiempos en los que viajábamos en la Cocharcas, prehistórica línea que es considerado un vestigio del parque automotor de los 70s. Luego está, una entrevista en exclusiva con la casaca marrón del autor del blog, que hablará desde el más absoluto estado de postración donde se encuentra. Bueno, esto es lo que espera a este espacio, mal llamado A punto de (…), en este mes de enero. Se despide (sin mayor recurso florezco) su amigo, casi sincero, Wilmer.

[Black hole sun - Soundgarden (1994)]

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jueves, 3 de enero de 2008

Un tango con sandungueo

Leía con absoluto escepticismo las palabras vertidas por un portentoso y magnificado C. Hildebrandt en una entrevista, y entre otras cosas, desdeñaba el desempeño del dial peruano. “La radio está tugurizada de idiotez” decía. Diabólica generalización. En realidad, el señor Hildebrandt hace referencia a los programas noticiosos y la labor de la prensa radial. Sin embargo, no está demás decir que la radio es el reflejo de la cultura de la gente, ya que la radio está “más cerca de la gente” como dice el slogan, y si parafraseamos el dicho “dime qué radio escuchas y te diré quién eres” podemos ver con mayor gracia el perfil del peruano. Me gustaría tener a la mano algunas estadísticas, pero como eso demanda mayor rigurosidad en el escrito –cosa que se me exige con vehemencia- y el medio éste es mucho menos que un podio desde donde se hace un discurso proselitista, sino una parodia del mismo, quiero quedar al margen de lo sustentable, y decir que muchos de nosotros escuchamos babosadas. Por ejemplo, Deolindo Diaz (personaje inventado), se levanta a las 6 y prende la radio que está al costado de su cama, de inmediato resbala la radio hasta Planeta para escuchar a los locuaces y divertidos de “Mañana Maldita” -a propósito programa muy cómico y divertido- que lo que los hace divertido es justamente su estupidez. Ahora, ser estúpido no es fácil, se requiere de mucha paciencia e inteligencia. A la misma hora, y casi al lado opuesto, está Carlos Galdós con “Caídos del catre” (nombre de por sí perezoso) que no sé desde que tiempo comenzó a ahogarse en su irreverencia cada vez más absurda y menos graciosa, que fue mudando del disidente e irreverente, al ridículo bufón que conduce su programa como todos los días, y que a veces tiene la genial idea de hacerlo camino a la radio. Qué mayor sinvergüencería de este tipo que so el pretexto de romper esquemas justifica su flojera conduciendo desde el auto.

Dejando de lado estos programas mañaneros, y considerando el verdadero motivo de esta entrada hablemos de las emisoras o radios. Hay radios que, de forma integral, son buenas, y otras que no la son. Hay radios de un rato, y sin mayor identificación con el público, puesto que pasan de todo un poco, y eso a veces no es lo que la gente busca. La gente tiene necesidad de identificación con un medio, con un tipo de música, por eso busca radios, como Radio Felicidad para señores que pasan los 4 abriles, por ejemplo. Otros buscan temas ochenteros como “Oxígeno” para personas que bordean los 30 años a más. Cubrir esta necesidad de identificación es lo que hace distinto a una radio de otra. Existen radios que han migrado de las baladas candorosas y promisorias al reggaetón más procaz y desvergonzado, ese es el caso de Radio A, y motivo de este post. Pues no es posible que radios que mantienen un formato por un tiempo se vean obligados por el dinero y la moda a cambiar sin mayor vergüenza, a otra que, es totalmente opuesta en contenido y ritmo a su antecesora. Otras cambiaron, cambian y seguro cambiarán, como es el caso de Onda Cero, que para los que no saben antes era algo así como RPP, con 1160 y que mucho antes era una radio de Rock progresivo.

En el otro lado de este tumulto de radios que se pierden en el barullo, están las radios que siguen tal como nacieron, incluyendo estilos nuevos, modernos pero que de ninguna manera cambiaron su esencia. Ese es el caso de Radio Doble9 que ya tiene cerca de 28 años pasando el rock de los 80’s, 90’s y las nuevas corrientes musicales. Otra radio que tiene el mismo reconocimiento es Telestereo, que celebra sus bodas de plata, con su clásicos temas ochenteros y contemporáneos bajo el formato de programación radial conocido como Adulto Contemporáneo. Quizá me olvide de otras radios que no han perdido su identidad en el transcurso del tiempo, y otras que han nacido con ritmos burbujeantes que ameritan un reconocimiento, al menos, donde y cuando faltan CD’s para cualquier celebración. A todas ellas, mi consideración y oídos cuando de bailar se trata.

[Video de presentación de la primera película de Sean Penn titulada “Into the Wild”. La música esta realizda por el coloso del grunge de los 90’s: Eddie Vedder (O como dice mi compare Juan: Eddie better). La canción se llama “Hard Sun”.] [A propósito del post, pronto la escucharan en Telestero]