viernes, 23 de mayo de 2008

Pequeños amigos de aquí y allá

De un tiempo a ahora, entiendo cuál era la lógica de este comportamiento errático: el deseo obsesivo de huir de la pobreza y miseria de los 80’s., ese afán de salir de ese pozo hediondo al cuál muchas personas provincianas como mi madre, hicieron que de rato en rato cogiéramos nuestras “chivas” y nos encamáramos en un lugar mejor.

De chico, recuerdo, que mi familia tenía cierto comportamiento errático; en sí éste comportamiento no era deliberado, sino eran circunstancias que se presentaban. Desposeídos estuvimos andando mi madre, Christian y yo por el laberinto de la búsqueda de la felicidad, con lo único que considerábamos como propio: deseos de que las coses mejoren. Christian, mi hermano mayor, era como mi padre y aún ahora no entiendo cómo pudo ser un genial hermano que hizo las veces de protector, capataz y amigo. Y viéndolo desde este punto él fue mi primer amigo con quien compartimos algunas aventuras (algunas yo de mirón solamente y otras yo, de conejillo de india). A pesar de esto, esos recuerdos los tengo muy bien grabados como la vez en que Christian y Carlos (un primo que vivió con nosotros un tiempo) se enfrentaron a una rata –en mi imaginación esta rata medía algo de un poco menos de un metro y tenía ojos rojos que brillaban de audacia y malicia-; o también cuando subimos a un cerro muy empinado en Chosica junto a Carlos, dónde pude descubrir la fobia que le tengo a las alturas, además de lo párvulo que era por entonces. Él era todo lo que yo no era en esos tiempos (en los que yo era una extensión de él; a todos lados lo seguía, mejor dicho a todos lados me llevaba porque era yo quien estaba a su cuidado), Christian tenía un hambre de adrenalina y aventura que en esos años me hacían morir de miedo. Compartimos muchas cosas juntos, cosas de las que cada vez me acuerdo menos.

De un lugar a otro nos íbamos mudando y en cada lugar que nos asentábamos eran nuevas personas y experiencias las que conocíamos. De un tiempo a ahora, entiendo cuál era la lógica de este comportamiento errático: el deseo obsesivo de huir de la pobreza y miseria de los 80’s., ese afán de salir de ese pozo hediondo al cuál muchas personas provincianas como mi madre, hicieron que de rato en rato cogiéramos nuestras “chivas” y nos encamáramos en un lugar mejor. Así, llegamos a una colorida calle de La Victoria que empezaba con un engranaje de depósitos de aceitunas y terminaba en una pequeña tiendecita del conocido Sr. Félix. El vecindario en el quinto piso del edificio, dónde nos asentamos, era algo muy parecido a la vecindad del chavo; todos éramos gente muy humilde y muy divertida, por cierto. Yo bordeaba los 5 años, y ahora que lo pienso más detenidamente puedo dar fe de los fallos que tiene la memoria cuando pasa el tiempo; la cuestión es que como niño ingenuo y neófito en la vida, mi imaginación hacía que algunos momentos de soledad cobraran una exageración fabulosa e inimaginable; el caso es que a veces mi madre salía o llegaba tarde a la casa, y en mi cándido y vulnerable pensar, mientras esperaba la llegada de Christian (que quizá tuviese sus 15 años, y salía a ver sus propios negocios dejándome sólo) o de mi madre, en mi imaginación habitaban en los techos de las casas unos gatos de gigantescas magnitudes que sólo salían de noche a acechar a quién consideraran indefensos como yo o como cualquier otro niño; es por eso que en la noche mis actividades estaban limitadas a jugar con lo que encontrase en la casa o a ver televisión; me fascinaban las películas de Indiana Jones y los capítulos de Tarzán (en blanco y negro). En las mañanas, recuerdo, que los “chicos grandes” jugaban trompo, o buscaban arañas, o volaban cometa, o jugaban canicas –depende de la temporada- y yo miraba acaudalado de curiosidad estos juegos de los “grandes”. Como los “grandes” hacían sus cosas y prácticamente ni interés me tomaban, tuve que buscar los medios para jugar por mi propia cuenta. El único muchacho, más o menos de mi edad, en el vecindario era Joel, hijo de la dueña del vecindario, la Sra. Carmela; aunque éste no era un chico engreído y presumido, tenía cierta posición abusiva sobre mí. Tenía un año más que yo, y eso le hacía adquirir cierta conducta autoritaria y subyugadora. Este chiquillo con facciones duendescas y mirada astuta y pícara, tenía un lenguaje muy prolijo en lisuras y referencias sexuales. No sé porqué pero siempre terminaba vapuleado, lorneado, humillado, ahorcado, y magullado con las orejas rojas y la muletilla “no jodas pues” o “ya, tú me pegas” en cada final de cada contienda. Con Joel jugábamos, pero también peleábamos, con la desventaja de que si yo tenía la razón, una buena sacudida, ahorcada o llave me harían cambiar de opinión. Mi mamá que no le gustaba interferir en mis relaciones miraba de costado y a hurtadillas la seria desventaja en la que me veía con el duendesco Joel, sin embargo una vez se hartó de que yo, siendo más grande y gordo que Joel, no me defendiera como debiera, y tomó acción del partido sujetándolo por la espalda y alentando a que lo golpeara; recuerdo esto y me causa mucha gracia ver a mi mamá en esa posición, pero en ese entonces tal cuestión era una humillación mayor, para mí, que el hecho de ser “pegado” por otro, era el hecho de que tu “mamita” te defendiera. En ese momento yo hubiese preferido el perdón y la negociación con algo, pero mi mamá quería que de una vez me atreva a tomar cuenta de los abusos de Joel; además me advirtió que si no le pegaba, ella me pegaría a mí por “huevón” (como decía entonces). En ese forcejeo, la mirada de decepción e ira de Joel hizo que arrancara un momento de cólera y agarrara un palo del costado y se lo tirara con fuerza sobre la cabeza. El golpe estremeció el vecindario; el grito se escuchó en todo el edificio y mi madre reprobó mi exceso. Joel bajó gritando de dolor, yo sabía que él nunca me acusaría, él se vengaría. Pero (menos mal) esa venganza supe manejarla con periódicas adulaciones a su fuerza y liderazgo en el vecindario.

Los dueños de este departamento eran Los Rupay con quienes posteriormente entraríamos en un juicio que nos dejó muy mal parados, y sobretodo dejó a mi mamá muy mal de ánimos.

De esos tiempos en el vecindario, hacinados en una pequeña habitación, nos trasladamos a un departamento MUCHO más grande en el segundo piso del mismo edificio. Para entonces mi mamá había conocido a un personaje muy peculiar, de apariencia nerd pero con un gran corazón; su nombre era John, pero siempre lo recuerdo como Hubert o simplemente papi, como naturalmente acostumbré a decirle. Junto a él, mi mamá, Christian y yo, nos mudamos -con mucha tristeza de dejar el vecindario- al segundo piso. Los dueños de este departamento eran Los Rupay con quienes posteriormente entraríamos en un juicio que nos dejó muy mal parados, y sobretodo dejó a mi mamá muy mal de ánimos. En el segundo piso raras veces veía a Joel, y ya había conocido a otros amigos con los que compartíamos el escueto gusto por el fútbol, los videojuegos y los pasatiempos típicos de un niño. A dos departamentos del de nosotros estaban Los Taquiris (dos hermanos): una típica familia de papá policía, mamá profesora e hijos ingenuos y juguetones como yo; así que con ellos comenzamos una relación de salidas al patio o a la calle a jugar pelota, treparnos en las ventanas del pasadizo, subir al techo del edificio a ensuciar paredes, jugar atari en casa de ellos, fastidiar tocando timbre o tocando puertas en las demás casas, comprar recortables, comer dulces y ver tv. La pelota fue en esos inicios un medio de juego y a la vez de castigos: a menudo llegaban a mi casa quejas de alguna ventana rota o bulla excesiva en el patio. La cosa es que la pasé de maravillas en ese lugar, hice muchos amigos y comencé a adquirir cierta libertad en mi andar: salía a la calle sólo, compraba mis cosas sólo y me iba a visitar a César (un amigo que vivía en el edificio del frente y que para llegar a su casa tenía que cruzar todo un sendero donde habitaba escondido y atado a una cadena un perro que el solo escuchar su ladrido me estremecía de pavor. Nunca llegué a ver exactamente a este perro, pero la imaginación y el temor a los perros hacían de ese sendero un castigo eterno).

Luego del problema con Los Rupay tuvimos que mudarnos a otro lado, mi madre encontró un departamento cerca de donde vivíamos de tal manera que mis clases no se vieran perjudicadas, y entonces nuevamente nos mudamos a un lugar con cosas nuevas, con gente nueva. Para entonces Leslie, mi hermana menor, ya había nacido y encantados con su nacimiento ni siquiera nos preocupamos de los amigos y cosas que dejábamos en la casa anterior. Este departamento tenía las mismas dimensiones que el anterior, sin embargo habían algo que nunca me imaginé encontrar: fantasmas. Aparte de aprender a hacerme cargo de mi hermana, tuve que aprender a lidiar con los fantasmas que cosas como: bajar el volumen, cerrar la puerta por dentro, apagar la luz, tocarte el pie, hacer ruido en la cocina; encontraría una nueva forma de enfrentarme a mis miedos. Éste también fue un lugar grandioso; recuerdo las noches en las que salíamos a la calle todos los hombres del edificio: desde el menor de todos (yo) hasta el más viejo de todos, en el que participaba como uno de ellos, sin ser excluido por ser muy mocoso, y en el que comenzaba a mover la pelota con la magia de un menudo Julio García o Juan Carlos Bazalar (dos referentes de mi juego suave, lento pero seguro); el juego en el que participábamos todos con absoluta democracia era San Toyo, y al que nunca encontré una analogía semejante en Los Olivos, donde posteriormente nos mudamos. Aprendí a jugar fútbol en el pasadizo de afuera de mi casa, pateando un limón y cuando teníamos suerte una pelota de trapo, movidos por el mediático programa de tv “Los supercampeones”. De esos tiempos recuerdo a dos amigos sustanciales: Ronald y Zapata. Ronald era un tipo gordito y bonachón, ingenuo y carismático. Sus papás lo sobreprotegían tanto que raras veces salía a la calle a jugar. Una vez negociamos un muñeco que el poseía; un increíble hulk de muy buena calidad que le sugerí me lo vendiera. El precio que acordamos por mutuo acuerdo fue de 0.20 céntimos. No me creyó, le dije que se lo pagaba ahí mismo si me daba el muñeco en ese momento. Accedió, y yo me desprendí de esa monedita, inmensurable en nuestra cabecitas, a cambio de ese extraordinario muñeco de movimientos coordinados. Al poco rato yo estaba en mi casa cautivado con mi nueva adquisición cuando sonó la puerta, escuché que mi mamá conversaba algo con la mamá de Ronald y supuse que eran cosas de señoras, pero no era así. Mi mamá me dijo que 0.20 céntimos no representaba ni la décima parte del precio de ese muñeco y que convenientemente tenía que devolverlo. Se lo entregué y seguimos siendo amigos, correteando, jugando fútbol, fastidiándonos y hablando de nuestras maravillas y sueños de niños.

En el colegio encontré un muchacho de cabeza pronunciada y hablar entorpecido. Zapata estudiaba conmigo en el colegio y vivía en el edificio de la espalda de mi casa. Nos convertimos en grandes amigos; yo iba a su casa y el venía a la mía, siempre fuimos grandes amigos.Un día fuimos a bailar, como parte de un acto por el día de la madre, al teatro Manuel A. Segura donde bailamos, sino me equivoco, la Chonguinada, danza del departamento de Junín. Luego del acto estuvimos un rato en el teatro viendo los demás cuando me percaté de que mi mamá ya se había ido. Desamparado y sumamente angustiado por no saber cómo llegar a mi casa, comencé a ingeniarme cómo llegar a mi casa sin casi encontrar un modo. Estaba al borde de la desesperación cuando apareció Zapata y sus papás a quiénes habían encargado mi retorno. “Me salvaron” pensé. Y así llegué a mi casa, molesto por haberme abandonado, pero feliz por dentro de haber llegado a mi casa: sano y salvo.

Este fue una breve crónica de mis ambulantes pasos por los barrios de La Victoria, y las personas y cosas que recuerdo, si la memoria no me falla.

P.D: Actualmente Joel tiene una hija y sigue igual de exangüe y feúco; de Los Taquiris no tengo la menor idea de su paradero; a César una vez me pareció verlo en un paradero de Villasol; de Ronald no sé absolutamente nada; y a Zapata lo encontré en la misma facultad, en el mismo salón.

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7 comentarios:

A las 24 de mayo de 2008, 19:25 , Anonymous Anónimo ha dicho...

hola mi estimado compañero, wilmer, te habla el desaparecido e incansable juan, de ante mano te pido disculpas por no haber comentado tu blog, pero tu sabes cuanto me absorben mis clase y como tu mas que nadie sabes que yo me desquicio estudiando y termino matadazo... bueno mi estimado solo entre un rato antes de descargar mis archivos y ni siquiera tuve tiempo para leer el titulo te me cuidas compadre atte juan

 
A las 25 de mayo de 2008, 9:25 , Anonymous Anónimo ha dicho...

AMIO lo maximo tu blog este...voy contigo casi todos los dias en el carro camino a nuestras casitas ,,,pero es a traves de este blog que me entero de tu vida anterior jajaja... muy mal...seguro es xq tu duermes en el camino y yo la hago de despertador para q no te pases deparadero...aunq no siempre duermes bueno hablaremos mas al respecto ya q me di cuenta q nose nada de ti jajaja.. besos ..

 
A las 25 de mayo de 2008, 20:48 , Blogger Wil ha dicho...

Hola soy Wil (Wilson en realidad) y está muy bueno tu blog, "las anécdotas" es una de las primeras razones por las que yo también decidí crear el mío, y gracias por mandar un comentario. Además es oportuno conocer más blogs que demuestren algo de nivel, aunque ya hay algunos que me sorprenden gratamente y el tuyo es uno de ellos. Bueno para terminar, espero que sigas publicando notas interesantes y te superes a ti mismo con tu blog.

 
A las 27 de mayo de 2008, 15:53 , Anonymous Anónimo ha dicho...

hol amis esta bonito tu blog

q penita q nos vemos ya se etaña
a los compáñeros :).

hunn te guta escribir sobre tu vida jiji xd q bien.

 
A las 27 de mayo de 2008, 15:56 , Anonymous Anónimo ha dicho...

Me gusto mucho la parte cuando golpeas a Joel. Hay niños tan detestables...

 
A las 30 de mayo de 2008, 9:17 , Anonymous Anónimo ha dicho...

Me gustan mas los textos eroticos

 
A las 31 de mayo de 2008, 7:58 , Blogger Esteban Ramon ha dicho...

Ya, en algún momento, los sorprenderé con algún "texto erotico" Don Fermin, no descanses.

 

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