miércoles, 27 de agosto de 2008

Calor de mi vejez

AMANECE con un aguacero que es realmente horrible creer. Minutos antes de llegar a Tingo María, en el bus me encontraba soñando con el clima excepcionalmente caluroso, con un cielo azulejo por donde girabas la cabeza y con nubes de algodón cuidadosamente bien colocadas en el infinito cielo-mar; sin embargo cuando despierto, aun en el bus, me encuentro con un ambiente melancólico y triste: llueve en la ciudad de Tingo María, los mototaxis cruzan y serpentean los pozos de aguas sin pudor, y yo me encuentro sólo, mirando el cielo blanco y las montañas obnubiladas, esperando de que alguien venga y me saque de ese limesco lugar. Por fin puedo salir de ese tumulto comercial que es la ciudad de Tingo y me instalo en la casa de mi adorable tía Norma, una señora dulce, laboriosa y entregada a su familia. Aún hace frío, pero ya dejó de llover; lo considero una mejora pero no pensé que el clima fuese así, es decir mi igualdad selva=calor quedó maltrecha. ¿Dónde está el calor de la selva? Me pregunto. Una hora pasó y el sol comenzó a cobrar un protagonismo impecable, había corrido a las enraizadas nubes que habían tomado posesión del cielo y solo él estaba ahora reinando y enverdeciendo todo lo que la selva rodeaba y contenía. Desde ese momento en adelante quedé encantado de la selva. Arbustos tras arbustos, piedra sobre piedra, caminé y caminé por todo lo verde de un lugar que es un paraíso a los ojos de cualquier citadino. Pero lo que uno ama, reconoce y admira más de la selva no son necesariamente sus bellos paisajes, su comida y su clima; la principal e importante figura que hace que todo esto se engranaje como una maravilla del destino son, sin duda, su gente, sus costumbres, pensamientos e idiosincrasia. Ver a los niños aglutinarse alrededor tuyo con el único afán de caerte bien es realmente espectacular. Sonreírles y que te acuerdes de sus nombres es lo único que te piden, a cambio te dan todas las atenciones de un grupo de chicos. Quieres jugar “partido”, eres el primero en escoger. Que importa si estas un poco “pellejudo”, a los ojos de ellos eres Ronaldinho. Quieres pasear, de inmediato arman todo una comitiva para dirigir una excursión que te harán conocer todas las bondades de la selva. Es donde mi igualdad selva=calor despotricada líneas arriba, vuelve a tomar proporciones científicas. CALOR es lo que definitivamente caracteriza a la selva, su gente parece contagiada por ese calor climático y sonríe en sus faenas, entristece quizá, pero al día siguiente la naturaleza le da motivos para seguir adelante, el verde inmortal de sus campos y chacras alarga toda una vida de trabajo y afecto. Trabajar para mantener el hogar respetuosamente confortable y sonreír a Dios y a la vida son grandes y propias premisas de los lugareños de la selva.

Tres días después, una vez alojado y acostumbrado a las faenas diarias, cuando ya no eres el visitante sino un amigo más del caserío, las cosas no dejan de ser iguales. Los hombres y mujeres concretan sus labores en la chacra con pundonor, pasean y llevan cuentas de sus actividades con absoluta disposición y buen humor; a diferencia de la ciudad no hay impostación, no hay ese deseo corrosivo por ser mejor que nadie, ni ese afán presuroso por acaparar las noticias y ser centro de atención inmediato; hablar con soltura y ser como uno es, es la razón de su armoniosa convivencia. Los chicos “juegan” sin ningún horario, es decir en cada actividad que se les es encomendada, con la astucia de un niño picaresco y la premura de un trabajador fervoroso.

El sonido y el cielo de la noche son cosas realmente grandiosas. Por un lado es difícil identificar cual de todos esos sonidos es una u otra cosa, porque a partir de las seis de la tarde cuando todos descansan de sus labores y comparten la comida, allá afuera se arma una orquesta sinfónica que de lejos es el mejor y más armonioso concierto de música antes oído. Por otro lado el cielo que cubre toda la selva de pies a cabeza con un baño de estrellas resplandecientes y hermosas, sólo es imagen de un momento en tu cabeza, incomparable y referente eterno a todos los cielos que veas en tu vida. Eso es la selva, con gente que te entrega su cariño, bondad y felicidad en momentos que se alojan como fotografías instantáneas con tinta indeleble en tu cabeza, son momentos que duran, perduran y murmuran a través del tiempo, ya sea con una crónica, un cuento, una historia o un simple recuerdo del “calor” que significa un pueblo que tiene todo de un paraíso.

Viajar y escribir quizá sean actividades que uno las anhele con entusiasmo de joven; viajar y compartir experiencias de gente que como nosotros vive cada momento de su vida con desprendimiento y alegría, son cosas que enriquecen mucho el corazón de tonalidades de sentimientos, algunos amargos y otros mucho más “calurosos”, pero sin duda son estas dos cosas las que hacen pensar en un futuro cuando ya viejo donde uno pueda alojarse a pasar sus últimos días, lejos del abatimiento y sobrexcitación de una ciudad como Lima con reflejos conductuales de otras ciudades cada vez menos conscientes de que un mundo mejor no es un mundo más desarrollado, sino más civilizado. Hablo de esas cosas que traen la mala percepción del dinero, el poder y la fama. Cosas que, la verdad, no tendrían espacio en un lugar tranquilo y apacible como algún rincón cualquiera de la selva, donde algún día volveré con un bastón en manos y una sonrisa de felicidad. ¿Usted amigo, cómo y dónde piensa vivir los últimos años de su vida?

[Este video de la canción I’m yours de Jason Mraz es muy divertido y más o menos grafica las bondades de viajar y conocer nuevos mundos.]

A la comunidad:

Este blog cumple un año de haber dado inicio en este hermoso pasatiempo que es escribir para que otros lo lean. Temas han sido muchos, algunos absurdos, otros oportunos, pero lo que se esconde detrás de cada historia es una idea que compartir, una enseñanza que descubrir o un sentimiento que exteriorizar. Escribir para ustedes es un gran honor y mientras esto dure espero seguir divirtiendo y entreteniendo con las más bochornosas y, a veces inverosímiles, historias que celebran un año de aparecidas en esta interminable vida que recibe el nombre de A punto de (…). Muchas gracias a ustedes por visitar el blog porque son ustedes los que hacen que un blog exista, son ustedes los que al final de cuentas aprueban una dirección URL y le dan el sello de la existencia, sin ustedes esto no tendría lugar ni momento, simplemente no existiría. Mis agradecimientos especiales a mis padres, trabajadores por antonomasia; mis hermanos, divertidos y únicos; mis hijos, comelones, locos y extremadamente cariñosos; y a todos ustedes que leen y aprueban este blog, a ustedes co-autores de todo lo que aquí se habla. Saludos y muchos éxitos en sus respectivos asuntos.

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viernes, 8 de agosto de 2008

Srta. Rodríguez, concédanos el honor

La Srta. Rodríguez, Olenka para los demás niños, era una chica, también, algo retraída, tan o un poco menos que yo, con una mirada tan profunda e insondable como el mismo mar y con una única amiguita con la que siempre andaba de un lugar a otro como un peluche y a la que nunca supe su nombre, y si lo supe no lo recuerdo, discúlpeme usted. Tenía, Olenka Rodríguez, siempre una mirada tan alerta como la de un cocodrilo, aunque fuese muy linda, por cierto, demasiada linda como para compararla con ese animal pero hablaba yo de lo alerta de su mirada, claro; y además gozaba de una concentración en clases que por qué no decirlo me hipnotizaba. Mientras ella se concentraba en clases, yo me concentraba en su concentración, pensando en algún momento romper esa línea de acero entre ella y la pizarra, entre la pizarra y sus ojos, entre la profesora y su atención; solo quería un momento de su atención y por ella hubiese, quizá, aprendido karate, pero demasiado fatiga para un niño como yo que prefería mil veces dibujar o ver Tarzán en la tele.

Nada más aburrido que los deportes, y en el colegio, a los 7 años, nada más aburrido y fatigador que la educación física. No me agradaba, en sí, la idea de hacer deporte sino la de competir con los otros niños de mi edad; eso de antemano me ponía en desventaja. Era la primera clase del hastiado día lunes y todos habíamos formado un grupete, más o menos ordenado, en el patio del colegio de caras a una magistral clase de karate con el Sr. Gutiérrez. En esos tiempos en los que no entendía cómo se producía un terremoto mi nombre figuraba en algún lugar de la lista de asistencia del Sr. Gutiérrez como un nombre más de la clase de educación física.

―Muy bien, vamos a invitar a dos jóvenes a pasar adelante.

Este tipo de situaciones me atormentaban desde las uñas de los pies hasta él más ínfimo cabello parado de mi cabeza porque todos se quedaban absolutamente callados y al final, de casualidad, siempre mi apellido era pronunciado, letra por letra, dolor por dolor. A veces pensaba que la apariencia de mi apellido “Avila” vista de reojo señalaban un “Aquí” y era por eso que siempre era el elegido para hacer el ridículo frente a la clase o en su defecto quedarme callado. Era fácil reconocerme en esas situaciones: mi cabeza se escondía entre mis hombros y mis orejas se calentaban como un hot-dog mientras el silencio y la vista del Sr. Gutiérrez paralizada en las primeras líneas de la lista anunciaban mi insufrible entrada magistral.

―El señor Avila pase adelante, por favor.

No era necesario buscarme con la mirada, bastaba ver un hueco entre las cabezas de los demás niños para saber que ahí estaba: dándome ánimos en silencio por un lado; y por el otro, creando en mi mente una escena de lo más bochornosa en la que los pantalones se me caían, los calzoncillos se rompían apenas me agachaba, mis esfínteres no tardaban mucho en tomar curso, y la clase que estallaba en risas desenfrenadas. Bueno, me levanto ya, camino tan despacio como torpe, el tiempo y los cuchicheos se hacen insoportables e infinitos. Al fin estoy al centro del patio, me siento tan observado que no sé a dónde mirar ni que postura adoptar así que comienzo a jugar con las puntitas de mis deditos mientras el Sr. Gutiérrez exclama, poco sería con bombos y platillos, el nombre de una niña de la clase sin siquiera dar una hojeada en la lista de asistencia.

―Srta. Rodríguez, concédanos el honor.

La Srta. Rodríguez, Olenka para los demás niños. Qué pretendía el profesor enfrentándome a una niña delgada y de por sí frágil, aunque en ese momento mientras las puntillas de mis dedos jugaban a tocarse, ella se veía firme y vigorosa. Me encontraba parado, sí, pero avergonzado o palteado hasta el tuétano de no saber qué diantres pretendía el Sr. Gutiérrez poniéndonos a los dos al frente. Hubiese preferido, mil veces, que esta primera clase de karate fuese aprender el saludo y el respeto que se tiene que tener al rival, pero mil veces odié el sentido práctico de las clases del Sr. Gutiérrez. De inmediato el Sr. Gutiérrez me dio las primeras instrucciones acerca de cómo pararme y dar el saludo, e instantáneamente dio la voz para que inicie el ridículo, perdón, la contienda. Todo sucedió en cinco segundos, a caso tres, en el que solo se me permitió cubrirme de la saltamónica patada al pecho de Olenka, que aunque no me di cuenta cuándo, ya estaba rodando por la lona con un brazo en el aire, soltándose cada vez más vergonzosamente del artero y devastador movimiento de Olenka. ¿Eso es todo? Respiré extasiado, reconfortado, feliz. En ese momento entendimos todos por qué el Sr. Gutiérrez nunca vio la lista de asistencia para llamar a la Srta. Rodríguez; en ese momento entendí que los mejores e inteligentes rivales que he tenido siempre fueron del sexo opuesto, y por eso agradecí, mil veces, a Olenka que fuese todo tan rápido, tan irremediablemente menos vergonzoso.

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