miércoles, 23 de abril de 2008

¡Joven! Asiento para la señora

La lectura ha representado para mí y para todos que lo practican, una salida de la realidad, un país infinito e inalcanzable. Pero también ha significado la realización de una vida, el involucramiento de pensamientos, deseos y pasiones, el aprovechamiento de lecciones pasadas devueltas al presente, devueltas como una ola hacia el cuerpo en forma de alimento para el alma, en forma de remedio para momentos angustiantes que a veces nos dejan noqueado.

A regañadientes, casi empujándome contra el monitor, me obligan a escribir sobre las letras, hoy, día del idioma. Renegando apelo a mis manidos argumentos de que tengo clases, me duele la muela, tengo que bañar a Spike, o simplemente no tengo ganas, es decir, voluntad de hacerlo. Por mi parte, me rehuso a dirigir una sola palabra acerca del día del idioma (Español), por ser una de esas tantas herencias coloniales que aún a mi extraña forma de renegar, considero una gran lengua con sus dificultades y riquezas propias de cada una de las existentes. Sin embargo, hay algo que sí me interesa y será por cuanto considero un vicio, muy malo, que tengo desde hace unas años, que es la de leer estupefacto horas y horas novelas de terror, amor, y drama. No sé desde qué momento agarré ese adormecedor gusto por los libros, pero siempre que paso por una librería, puesto de periódico, o vendedor ambulante de libros y/o revistas siento un himán que me jala a revisar algunos de sus objetos, aunque no compre nada o termine fastidiando al vendedor, solo con el afán de joder y ver qué de nuevo se traen las editoriales.

Leo sin parar -no necesariamente textos a mi carrera- porque lo que me entumece es la literatura pura, la narrativa, los cuentos. A pesar de que tengo rumas de folletos, separatas y libros de administración ahí apilados en mi escritorio si no tengo nada que hacer, me inclinó por agarrar un libro del Gabriel García Marquez, Ribeyro, Sabato, Cortázar, Bryce, Borges, A. Cueto, Roncagliolo, etc. En otro momento hablaré con detenimiento y digresión a cerca del noble arte de escribir. Ahora quiero expresar mi más sincero amor por la lectura: por los libros.

La lectura ha representado para mí y para todos que lo practican, una salida de la realidad, un espacio distinto, un país infinito e inalcanzable. Pero también ha significado la realización de una vida, el espacio común de muchos personajes, el involucramiento de pensamientos, deseos y pasiones, el aprovechamiento de lecciones pasadas devueltas al presente, devueltas como una ola hacia mi cuerpo en forma de alimento para el alma, en forma de remedio para momentos angustiantes que a veces nos dejan noqueado. Un libro me ha ayudado a jugar interminablemente con otros personajes, hacerme amigo y enemigo de desconocidos, de personas que nunca conoceré porque simplemente estas están en nuestros pensamientos, en nuestras emociones. Novelas, hay muchas, pero solo las excelentes de contenido y forma logran trascender en nuestras conciencias asimilando sus enseñanzas como un todo inconsciente que se perpetúa y arraiga para no olvidar. Y así como jugando cualquiera puede regresar a esas lecturas enternecedoras de valores y enseñanzas, y de verdad que atrapan. Por ejemplo:

"Nuevamente en la combi, con los audífonos en los oídos, y agazapado casi hasta las rodillas cerca de la puerta, me encuentro. Asimismo, he quedado atrapado en la carga emocional del cuento "El príncipe feliz" de Oscar Wilde. La carga emocional es tan grande que mis ojos están impregnados a las hojas blancas del libro, sin mayor percepción que la de las pequeñas letras que corren y brincan jugando con el espacio interminable del cuento. -¡Joven!¡Joven!- Escucho el barullo imperceptible de una queja, una súplica, unas miradas. La burbuja metálica que habíamos construido entre la estatua, la golondrina y yo explota del todo. -¡Joven asiento para la señora!- grita el chofer al borde de un patatuf. -"Ah! claro, tome asiento señora"- presuroso me levanto y le cedo el asiento a la señora, aún ensimismado, consternado, aturdido por el cambio brusco de mundos."

La relectura de esos cuentos infantiles, aquellos que nos cautivaron de niño, como "El caballero Carmelo", "Robinson Crusoe", "Las aventuras de Tom Sawyer", "Las mil y una noches" o "El príncipe feliz", considero que es un acto de humildad y una fuente de sabiduría infinita. Son cosas que hemos olvidado y que creemos desfasadas, pero están ahí a la espera de un estímulo que las haga resurgir como un niño al que le dan unos zapatos nuevos, un amigo nuevo, un compañero de aventura. Así que en esta oportunidad, el motivo de esta entrada es la numeración de las novelas, libros e historias que nos cautivaron en cualquier momento de nuestras vidas. Hoy 23 de abril, hagamos espacio para recordar uno de esos libros cautivantes y pongámonos a leer a la espera de alguna señora embarazada con hijo-dentro o fuera- para pincharnos con la aguja de la imprudencia. Saludos.

Etiquetas: , , ,

viernes, 11 de abril de 2008

Los golpes me hicieron sabio

Hay canciones que tienen ese poder encarcelador y cancerbero que te transportan de inmediato a un mundo de recuerdos, sueños y delirios, y que te atan de pies a cabeza con los sentimientos desquiciantes de la introspección y el pretérito: factores que unidos por la carga afectiva de una canción pueden desbaratar al más blindado de los mortales.

A menudo comienzo mis crónicas citando una determinada hora, y no es que sea un tipo totalmente organizado que se aventura en la vida marcando el cincel del tiempo y detallando en su agenda cada movimiento como si fuese una operación secreta; nooo!, todo lo contrario, el reloj lo tengo de adorno y, sin espacio para dudas, siempre llego tarde a una cita o reunión. Sin embargo, quiero comenzar esta crónica citando, nuevamente, la hora que marca el reloj cuando me atrevo a desfundar el mp3 que yacía guardado en el fondo de mi maleta, polveado y apretado por los libros (literalmente).

“Son las 10 de la noche” y mientras el bus hace una temible curva tomando ahora la av. Universitaria, conecto los audífonos al aparato este, y luego los coloco en mis oídos. Siento el oscuro sabor de la música que me estremece, aun cuando aun no suena nada. Rebusco entre la lista desordenada de géneros de música, que va desde el chill out hasta el hard rock, y como no quiero perder el conocimiento escuchando algo de Gambleats Corporation resuelvo en buscar algo duro, algo que me mantenga despierto mientras dura el viaje. Rage agains …, Foo fighters…., Silverchair, … hmm ….AJÁ!! ‘Pearl Jam’, hace bastante tiempo que no llevo el ritmo desesperante y acogedor de la mítica banda, en los pies y en la cabeza. Los había dejado de escuchar simplemente porque hay dos canciones que me angustiaban y me sumergían a un estado paralítico de zozobra emocional (Black, Nothingman).

El punto fulminante de este “momento” se torna aún más desolador cuando en lo menos pensado, estoy en el asiento trasero, con la luz intermitente del bus que acongoja mis hombros, los tenues reflectores de la calle que ensombrecen mis ojos, el silencio escabroso de una ciudad que permanece callada y el recuerdo malsano de que las cosas pudieron haber sido distintas.

Hay canciones que tienen ese poder encarcelador y cancerbero que te transportan de inmediato a un mundo de recuerdos, sueños y delirios, y que te atan de pies a cabeza con los sentimientos desquiciantes de la introspección y el pretérito: factores que unidos por la carga afectiva de una canción pueden desbaratar al más blindado de los mortales. El punto fulminante de este “momento” se torna aún más desolador cuando en lo menos pensado, estoy en el asiento trasero, con la luz intermitente del bus que acongoja mis hombros, los tenues reflectores de la calle que ensombrecen mis ojos, el silencio escabroso de una ciudad que permanece callada y el recuerdo malsano de que las cosas pudieron haber sido distintas. De todos modos, me acurruco y subo el volumen. /I take a walk outside. I'm surrounded by some kids at play. I can feel their laughter, so why do I sear./; letras originales de ‘black’. Ahora que puedo analizar el pasado con algo más que gracia, me es fácil salir de ese estado de enajenación y cambiar de pista, ahora la canción suena algo así /I took a drive today. Time to emancipate. I guess it was the beatings made me wise. But I'm not about to give thanks, or apologize. I couldn't breathe, holdin' me down. Hand on my face, pushed to the ground/ letras borrascosas de ‘Rearview mirror’.

Ahora ya estoy en la segunda de Pro, y aunque los frenos rechillen de melancolía, yo me despierto sereno y ecuánime, entonces solo se me ocurre una vulgaridad: “mierda!, he llegado al clímax de mi embriaguez, estoy ebrio”.

[Este sábado 26 de abril en la radio Telestereo 88.3 se brindará un especial de la cantante Amy Winehouse. Os la recomiendo]

[Una de las canciones más sobresalientes del album "Yield" de Pearl Jam. La canción se titula "Given to fly"]

Etiquetas: , , ,

jueves, 3 de abril de 2008

Isabel, el pesar la infancia (I)

Era una niña de ojos grandes y preciosos, sus cabellos eran castaños y estaba vestida de una blusa color esmeralda y un pantalón azul con unos zapatitos cremas del color de su piel.

Habíamos llegado, junto con el carro de la mudanza, a las seis y media justo cuando el crepúsculo cobraba protagonismo. A pesar de que seguíamos en la misma ciudad el cielo se veía distinto, era un cielo compungido y cercano, libre de obstáculos para poder ver el infinito firmamento, el aire corría con tanta prisa que se sentía el susurro en los oídos. Una vez arregladas las primeras cosas por fin nos tomamos la delicadeza de sentarnos en la mesa a compartir nuestra primera cena en esa casa. Era una calle tranquila, más bien solitaria, en raras ocasiones se escuchaba los martillazos de un taco recorriendo la vereda o a algunos jóvenes carcajeándose en la oscuridad de la noche. En el día todo parecía muy opuesto a la noche: las señoras recorrían las calles llevando sus canastos de frutas, los niños salían rumbo a la escuela y los adultos atravesaban las calles presurosos hacia el trabajo.

Esa noche cuando nos disponíamos a dormir, se escuchó con poca claridad el sonido fácil identificable del reposo de un vaso en la alacena.

Esa noche cuando nos disponíamos a dormir, se escuchó con poca claridad el sonido fácil identificable del reposo de un vaso en la alacena. Nuestra habitación estaba justo al lado de la pequeña cocina así que me fue fácil distinguir el sonido de un vaso, que a propósito recordaba haberlo dejado en la alacena luego de tomar algo de yogurt. Ya vuelvo. dije y me levanté de la cama con el rostro impávido recorriendo la periferia de la cama hasta llegar al umbral de la habitación.

Caminé hasta la cocina, prendí el interruptor de la luz, y no distinguí nada extraño, excepto el sonido extraño de una niña en la calle. Resolví en servirme una copa de vino antes de dormir, no tenía sueño y pensaba terminar de leer una novela que hace tiempo había dejado inconclusa, en lo que me acerqué, con la copa en manos, hasta la ventana de la cocina desde dónde se podía ver el parque del frente. Efectivamente, pude ver la presencia de una niña de no más de 7 años, sentada en un banquillo del parque, sola y abstraída, con la mirada congelada en algún rincón de la casa. Era una niña de ojos grandes y preciosos, sus cabellos eran castaños y estaba vestida de una blusa color esmeralda y un pantalón azul con unos zapatitos cremas del color de su piel. El parque estaba como de costumbre desolada con las luces amarillas de los faros que la iluminaban y los arboles que tenían un vaivén siniestro, y dentro de ese juego de arboles y luces continuos estaba aquella niña con la mirada inescrutable y el cuerpo estático. Bajé la cabeza para revisar en mi reloj que eran las diez de la noche y no me explicaba que hacía esa niña sola en medio del parque, debería ser la hija de algún vecino.

En cuanto llegué al otro lado de la calle sentí un escalofrío interminable, no pude hacer otra cosa que cobijarme parado con el calor del sacón que llevaba puesto. La busqué con la mirada, sorteando con la cabeza los árboles pero no lograba divisarla.

Era el primer día que dormíamos en esa casa, no conocíamos a nadie, así que pensé que de alguna manera salir, preguntar dónde vivía y acompañarla a su casa, era una manera de iniciar los amargos juegos del conocimiento y socialización en el vecindario. Extrañamente cuando volví la mirada ella seguía con la mirada depositada hacia el vacío de nuestra casa, por lo tanto rápidamente me dirigí a la habitación donde Alicia me esperaba con la mirada cuestionadora, sentada en la cama con una revista en mi lugar. Qué pasó, dijo, a la vez que se acurrucaba en la cabecera y dejaba a un lado la revista para dejarme el espacio libre, sin embargo al verme poniéndome un pantalón y una camisa cambió de actitud. Mi amor, en la calle hay una niña que debe ser hija de algún vecino, voy a llevarla a su casa, puede ser muy peligroso que este sola, además que así conozco a los nuevos vecinos .le expliqué para que no quedara menor duda de lo que haría. No demores mucho, abrígate bien, está corriendo bastante aire. Me ordenó con ese tono sobre-protector que utilizaba mi madre cuando era niño. Obedecí a sus instintos maternales y salí bien abrigado, cerré la puerta de forma torpe y caminé hasta la acera. Desde ahí no podía distinguir la posición de la banca donde estaba sentada la niña, así que tuve que cruzar la calle. En cuanto llegué al otro lado de la calle sentí un escalofrío interminable, no pude hacer otra cosa que acobijarme parado con el calor del sacón que llevaba puesto. La busqué con la mirada, sorteando con la cabeza los árboles pero no lograba divisarla. Me interné en el centro del parque que tenía unos árboles gigantescos y desde dónde uno de ellos descansaba una lechuza. ¿Una lechuza? Esto parece un film de terror pensé yo. Con la esperanza de encontrarla devolví la mirada a mi casa y así poder ubicar el lugar donde ella estaba, pero fue en vano, ella no estaba. Maldición!, con el frío que hace, solo a mí se me ocurre ser el vecino amable. Me dije a mí mismo. Volví a la casa, y palpé en los bolsillos de mi pantalón que para mi desgracia no llevaba la llave. ¡Qué pasa conmigo hoy! Pensé.

Cuando dentro de la casa escuché el escabroso barullo de la niña, el mismo que escuché cuando estaba en la cocina.

Toqué la puerta con fuerza, y a medio tocar me arrepentí al deducir que posiblemente Alicia ya estaba dormida. Que cara pondría al preguntarme si logré conversar con los padres de la niña. Esperé paciente a que Alicia me abriera la puerta, mientras tanto me imaginaba en simultáneo cuales serían las acciones que tomaría para abrir la puerta: se despertaría, miraría la hora, notaría mi ausencia y las llaves sobre el velero, patearía el cobertor, buscaría sus pantuflas rosas de abuela, y finalmente se dispondría a abrirme la puerta; sin embargo el tiempo se volvía interminable, cuando dentro de la casa escuché el escabroso barullo de la niña, el mismo que escuché cuando estaba en la cocina.

Etiquetas: , ,