viernes, 15 de febrero de 2008

Venganza y amor

Sebastián de joven era un medroso de los que abundan en los hogares más tibios, escribía poemas y eso le convertía en una suerte de artista afeminado. Cuando cursaba la adolescencia le aterraba la idea de hacer el servicio militar, y cuando niño sus pesadillas eran invadidas siendo él reclutado a la fuerza por las batidas y los toques de queda que en ese entonces mortificaba el pensamiento tierno de todos los niños. Su vida en Perú la llevó de la manera más tranquila y llevadera. Sus padres lo criaron en una humilde casa en el Rímac. Ahí vivió apartado de los juegos y la interacción de los demás niños que lo tildaban de cabro. Su madre entendió que las juntas con esos niños solo influenciarían de forma negativa en su hijo así que durante las vacaciones lo mantenía alejado llevando cursos de pintura o escultura en el museo de arte.

Sebastián a sus 28 años, era un hombre delgado, de facciones toscas y ojos tristes, su estatura era más que regular y había adquirido una suerte de fortaleza individual luego de que por su viaje a Colombia fuera secuestrado por las guerrillas colombianas. Ahí vio la muerte susurrarle al oído, sintió el gélido sabor de un arma en su boca y recibió más golpe del que se hubiese visto en una película gore. Ese suceso cambió su vida por completo, concibiendo la única forma de amar como venganza. En Colombia, trabajando en un colegio de primaria, conoció a Carmen a la que amó en cuestión de semanas y para siempre. Quizá haya sido su primer amor, pero lo peligroso fue que la reconoció como la mujer de su vida. Compartían el almuerzo después de clases y pronto cayeron en el devenir del enamoramiento. A ella le gustaba todas las atenciones de Sebastián y más aun le parecía muy inteligente. Pero había un problema. Ella era casada y tenía una hija. La hija no le había ocultado a Sebastián, lo que si le había pasado desapercibido es que tenía un esposo que si no vivía con ella era porque este tenía algunos problemas con la policía. A pesar de que ella sabía que lo mejor para ella y para la niña era alejarse, no era nada fácil. El esposo era un hombre de relaciones mafiosas, y según se decía guardaba estrecha relación con las guerrillas colombianas que disfrazaban su perversión por las drogas con sus pensamientos revolucionarios. Sebastián había aparecido en un momento crucial, justo cuando su esposo había mandado una carta diciendo que había escapado de la cárcel y que pronto estaría de regreso con su familia y que se irían lejos, quizá a otro país. Carmen sentía miedo más que amor, y el solo hecho de pensar en su esposo y sus ideas desquiciadas, no la dejaban dormir. Cuando llegó la carta Sebastián se encontraba jugando con la niña y recibió el mensaje de parte de un mensajero quien no llevaba una cartera ni una bicicleta, ni una identificación, sino al contrario, éste no llevaba nada, había un carro parado al frente de la casa y llevaba una camisa tropical con unos jeans azules. La carta era del esposo quien estaba enterado de los amoríos con Sebastián. Mientras Carmen leía la carta no podía evitar reflejar su espasmo por lo escrito, Sebastián buscó la mirada de su amada, y sólo encontró terror y desconcierto. Estaba a punto de acercarse a ella cuando sonó un disparo en la puerta y el resto es historia. Sebastián no fue asesinado pero si sometido a las más crueles e infrahumanas torturas de unos narcotraficantes que tuvieron la benevolencia de dejarlo ir, luego de medio año apartado, con la promesa de que llevara un paquete al Perú y se lo entregara a una persona que ellos indicarían. A cambio él solo recibiría la libertad, y si intentaba huir lo matarían como una cucaracha.

Pasaron algunas semanas tortuosas para Sebastián recluido en algún lugar de la selva colombiana comiendo lo que le sirvieran y masticando su venganza. Durante el tiempo en que estuvo cautivo se imaginó que haría luego de llevar el paquete al Perú. Pensaba en llegar al Perú, entregar el paquete a la salida del aeropuerto Jorge Chávez y con las mismas salir en busca de dinero. Pensaba en regresar a Colombia y salvar a Carmen del yugo del mafioso de su esposo. Él había encontrado a lado de Carmen el alma de una persona a quien amar y defender hasta la muerte. Pero también sabía sus limitaciones atado en ese reducto cautivo donde se encontraba conviviendo con cucarachas, bichos y animales rastreros. Luego de pasar recluido medio año aprendió cosas relacionadas al narcotráfico, al uso de armas y a sobrellevar las golpizas que le propinaban muy de vez en cuando sus cancerberos. Cuando llegó el día en que lo embarcarían hacia su tierra, Perú, tenía la incertidumbre de no saber que llevaba en las maletas. Tenía dos tipos a su costado y quizás otros más por ahí resguardándolo. No podía hacer nada más que obedecer. La obsecuencia era una virtud en ese momento y él lo sabía muy bien. Lo embarcaron y estando en el avión no entendió de dónde sacó tanta actuación para que no le registraran las maletas al milímetro. Una vez sentado en el avión por fin pudo respirar y su piel se comenzó a erizar y a sudar frío. La aeromoza le preguntó si estaba bien y él contestó que sí, solo era un mareo propio de los viajes en avión. Sabía que de regreso a Lima, pasaría otras revisiones y no sabía si saldría airoso de ese detalle. En el avión sólo pensaba en Carmen, su mirada dulce y petitoria de protección y amor. Sabía que Carmen era una mujer subyugada al dominio diabólico de un monstruo que la custodiaba. No sabía que estaría haciendo Carmen, pero estaba seguro de que lo estaría extrañando tanto como él la extrañaba. Llegando al aeropuerto de Lima, sin mayor sobresalto que el de un dolor estomacal por el viaje logró salir del aeropuerto donde dos hombres lo interceptaron y le hablaron en clave para que les diera el paquete. Luego del intercambio Sebastián se alejó y desde la esquina de una terraza pudo ver como los tipos subían a un auto y lo miraban por el espejo retrovisor.

Una vez en su casa, a Sebastián lo recibieron con honores, su madre nunca se enteró del periodo de cautiverio ni de su infructuosa relación con Carmen y pensó que había terminado su post-grado en Colombia. Sebastián se hallaba fatigado pero no era un cansancio físico, era un agotamiento espiritual que lo perturbaba y lo hacía divagar en horas del almuerzo cuando se reunían su padre y su madre. Sus padres habían notado un cambio en Sebastián, se veía más intransigente a algunas cosas, se le notaba más nervioso y en algunos ocasiones irascible, se había tornado mas voluble a cualquier cosa y en ciertos ratos se abandonaba a la introspección en su cuarto. Su madre había encontrado en su habitación algunas botellas de licor y muchas colillas de cigarro tiradas en las esquinas de la habitación y no era difícil deducir que Sebastián tenía un problema muy grande. Luego de unas semanas Sebastián logró comunicarse con el único amor que había tenido en su vida. Ella se encontraba viviendo con su hermana en Bogotá y había vuelto a ver a su esposo quien la amenazaba con secuestrar a su hija. Sebastián desde el teléfono pudo percibir toda la frustración y desesperación de Carmen. Ella le dijo que la olvidara, que en Bogotá todo iba a estar bien y que sería mejor que él se alejara de ella ya que su esposo podría nuevamente encontrarlos y matarlo.

Sebastián no entendió razones. No se sabe de dónde sacó dinero para el viaje a Colombia, pero en unas horas Sebastián se encontraba arribando a la ciudad. Cuando encontró la dirección dónde vivía Carmen le ofreció vivir en Perú junto a su niña, que en Colombia corrían el riesgo de que su esposo los encontrase. Sebastián no terminaba de pronunciar la última frase cuando su esposo ingresó con su hija en manos. Con ironía saludó a Sebastián en presencia de la hermana y de la niña quien observaba la escena sin comprender nada. No entendía por qué Carmen le dijo que ella huía de él y cuando llegó lo encontró a él, entrando a la casa muy suelto de vergüenzas y con una mirada altiva y a la vez inquisidora. Sebastián no sabía qué hacer, la situación era sumamente tensa y hasta bochornosa. Carmen tenía el rostro pálido y se alcanzaba verla temblar. El esposo caminó lentamente por el pasillo que da a la cocina. En la sala había un silencio funeral. El esposo se acercó a Sebastián quien se encontraba rígido, lo miró y le hizo una sonrisa de mujer licenciosa. El esposo sacó un arma del gabán, e inmediato la tía agarró a la niña y se la llevó a fueras de la sala llorando y gritando como sintiendo el olor a muerte. Sebastián, sin el menor rasgo de pusilanimidad, decidido a todo por nada, adoptó una actitud tranquilizadora. Apretó la mandíbula y disparó contra la pierna del esposo. El esposo ahora yacía en el suelo retorciéndose de dolor, Carmen aterrorizada con el disparo, y Sebastián con la mirada iracunda de sentirse un asesino. Mientras el esposo estallaba en gritos, Sebastián le pateó la mano donde sostenía el arma y luego lo golpeó con tanta fuerza y odio que la sangre salpicó en el piso acre. Las paredes eran testigos de una furia contenida por muchos años, Sebastián estaba encolerizado y aparentaba ser un animal desquiciado, dando golpes certeros en la misma nariz y ojos, pateándole el dolor inmune, acariciándole el adormecimiento de tanto golpe. Todo esto sucedía ante la mirada perpleja de Carmen, quien no reconocía a Sebastián. Al fin, Sebastián dejó de golpear al esposo y miró a Carmen. La pasión se había transformado en terror. Carmen nunca pensó en el terror que vivía ahora, nunca se imaginó que Sebastián regresaría, ella vivía en una cárcel hecha por las atrocidades de su esposo, y nunca encontró una salida, hasta ese momento en el que su esposo se encontraba en el piso, indefenso ante ella y ante la ley. Pero eso no le importaba, ella nunca olvidó a Sebastián. Todas las noches pensó en él, en su figura de padre salvador, que acariciaba su espalda y bañaba en ternura sus noches de frenético amor. En Sebastián había encontrado, quizá, el amor imperturbable de un hombre cuando ama a su primera mujer, sólo con él había sentido un amor saludable que ahora veía transformado en un asesino torpe y loco de ira. Ella se imaginaba las torturas que había pasado cuando había estado recluido, sabía de que estaba vivo, pero que su vida había sido cambiada con algo de pólvora, cuchillas, puñetes, fierros y demás torturas. Ahora veía en él a un animal que había saciado su sed de venganza y que no tenía rumbo ni escapatoria. Sus ojos dilatados y las venas enarboladas daban la imagen de un loco que había encontrado la gloria en la sangre. Carmen no alcanzó a ver cuándo, pero el esposo llevaba como hace 5 minutos un cuchillo en la espalda y un charco de sangre se arrastraba bajo la inminente figura de un Sebastián furibundo. Sebastián salía de su enajenación cuando escuchó el sonido patético de las sirenas. Sebastián sentía la frustración de no estar en su patria, de encontrarse nunca más indefenso en la vida, a pesar que llevaba una pistola en el bolsillo y los casquillos de las manos ensangrentadas.

Luego del trance, la realidad era dura, había descuartizado las prepotencias de un hombre clavándole un cuchillo en la espalda, la mujer a la que él amaba lo había presenciado todo sin decir nada, sumergida en un espasmo solitario y de alogia que la dejó como una estatua sin creer lo que veía, y se encontraba él en medio de la sala con una pistola en la mano con las sirenas que ululaban las ventanas y sus piernas que languidecían poco a poco y en tal situación eran sus manos las que adquirían una fuerza indómita y explosiva. Los dedos que cogían la pistola estaban todas aferradas a ese pedazo de metal frío como la muerte misma. Sintió una tristeza incalculable, se vio como una basura, sin control de sí mismo, sin ningún orgullo, sin pasado feliz, y lo peor, le embargaba un miedo inexplicable a la vida, no veía ninguna salida excepto ésa. Se escuchaban los pasos apurados de los oficiales subiendo las escaleras, cuando el silencio de una horrible noche se sintió como nunca se había sentido. Un apagón, un desmayo, en el suelo se encontraba Sebastián y su amor hecho pedazos por una muerte ingenua y a la vez espantosa.

El fin de su vida se había dado en el amor de una mujer, un mundo sórdido de drogas y de crueldad que su madre nunca le quiso mostrar, ocultándolo del mundo pasional de las desventuras y la realidad misma.

2 comentarios:

A las 4 de marzo de 2008, 9:54 , Blogger DESPUÉS DEL DOLOR ha dicho...

me gusta mucho tu blog ñañote y veo que el talento no se te quito siempre fuiste el mejor de la escuela y de todos laos,,,cuidate te mando un beso y un abrazo y no te olvides de mi....

wendy.

 
A las 14 de marzo de 2008, 11:30 , Blogger Esteban Ramon ha dicho...

Oh gracias muñequita, tu siempre tan preciosa. No olvides que en el último post colgado hablo de ti cuando mocoseabamos en primero de secundaria. Sigue revisando y no te olvides de dejar un comentario, que solo asi puedo sabewr que lo leeiste y cual fue tu impresion. Un abrazo amigota

 

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