sábado, 22 de marzo de 2008

Ahora tengo 10 años

Esa imperturbable noche dejamos caer uno a uno nuestras mojigatas vestimentas y sucumbimos al infausto juego del placer, y solo después de ello, con ella en mi pecho y mi mirada pérdida en algún rincón de su techo, pude agradecer las artimañas que Gustavo se valía para seducir hasta a las más inexpugnables tías.
Mi nombre es Wilmer. Ahora tengo 10 años, pero alguna vez tuve 30. Mi vida transcurrió de la forma más tranquila y llevadera hasta que tuve 30 años, edad en la que tuve un trágico accidente en el que no sé qué se hizo mi ser. Aún no sé si soy un fantasma, una encarnación, un sueño, o simplemente una pendejada de mi inconsciente, pero estoy aquí sentando en la falda de un cerro de Carampoma, arrebujado y más despejado que antes. He comenzado a admitir que ésta es una nueva oportunidad y mientras esté aquí, pienso disfrutar al máximo con mis experiencias vividas, las experiencias que no viví. Suelto de pies y sonrisa ensanchada me encuentro desparramado en los pastizales de una vieja montaña, en un atardecer ligero con brisas de mañana. Tengo debajo del abdomen una revista prohibida y miles de centavos en el bolsillo. Escribo como un idiota, sin parar, pensando utilizar como pruebas estos escritos de que he vuelto a la vida reencarnado en el Wilmer de 9 años.

Yo solo desperté y estaba ahí, encubierto con una frazada encima, solo en la oscuridad de la mañana, sin nadie a mi lado ni a mi alrededor. Mi cabeza y mis pies aun adormecidos y mi cuerpo empequeñecido a la mitad. Corro hacia el baño, empujo la puerta y me miró en el espejo, me sorprendo de estar como estoy, me sorprendo de seguir vivo, me sorprendo de haber corrido hacia el baño en la dirección correcta. El hálito de mi aliento, tenue y pueril, sabe a niñez y mis ojos entremetidos se pierden en el espejo. ¿Cómo puedo ser yo si estaba muerto? ¿Dónde está Ana, mi esposa? Acabábamos de casarnos. La conocí en el cafetín de un hospital de la manera menos deliberada, conversamos largo rato e intercambiamos teléfonos. Pronto salimos durante mucho tiempo, ninguno de los dos estábamos interesados en ir de prisa así que luego de un mes de salidas le di el primer y eterno beso. Nos casamos a los 4 meses de novios y nos fuimos a vivir a una casa que compramos en Chorrillos. Ella trabajaba en la empresa de su padre y yo había instalado una fábrica de relojes y accesorios en Chorrillos, cerca de nuestra casa. Un día de invierno salimos a la casa de su padre, en Los Olivos. Yo manejaba el auto Toyota crema que siempre quise, a lado estaba mi esposa callada con la mirada fresca. Giré sin retorno a verla y no pude salir de su espacio, su mirada hipócrita escondía algo. No pude evitar recordar esa mirada en Celestina una enamorada que me engañó de la peor manera con un amigo que teníamos en común. En fin, esas cosas yo las creía superadas, pero el zigzagueo de un asunto descubierto me hacía recordar cuando Celestina no pudo negarme que se había revolcado con el imbécil de Pedro. Pero ahora era ella, era Ana la que estaba sentada a mi lado, con el rostro impávido y los ojos zigzagueantes. Sus ojos infaustos estaban exhaustos de permanecer callados y mientras absorto presenciaba la ironía de la vida, percibí el grito de horror más funesto de mis 30 años de aciaga existencia. Atemorizado de la verdad, no me causaba más miedo a la muerte que el hecho de ser traicionado por la mujer a la que jure amor públicamente y ante Dios. Solo giré la cabeza como parte del protocolo de la muerte para, efectivamente, corroborar que estábamos de caras al final.

Despierto ahora. Luego del accidente, mi cuerpo está más ligero, con unas ampollas en los pies, propio de esos años que odiaba los zapatos, me desnudo frente al espejo y no puedo evitar reírme de mí mismo. Inevitablemente mi mente vuelve al pasado (cuando tenía 30) y comienzo a preguntarme qué pasó realmente. Después del accidente nos debieron haber llevado a un hospital y corroborado nuestra defunción, pero qué me aseguraba de que los dos estábamos muertos. Ana podía seguir viva en algún recodo del tiempo y del espacio. Qué pasaría con mi empresa, con mis amigos, con mi amor hacia Ana. Recuerdo los detalles del accidente y me preguntó ¿Por qué los inefables recuerdos de la mierda de Celestina tuvieron que obnubilar mi amor por Ana? Ella nunca me sería infiel, pero qué eran esos ojos, esa mirada evasiva y furtiva. Debería ir a un psicólogo. Quién me creería de que soy un adulto que a pocas horas de morir se ha reencarnado en su yo de 9 años. El mentecato psicólogo aduciría problemas con mis padres, o sobreexposición a películas surrealistas. Carajo, nadie entendería de que estas cosas ya las he vivido.

Ahora tengo 10 años, un año viviendo lo vivido, haciendo las cosas de la manera más distinta y extemporánea en un acto de rebeldía que nunca podré explicar ni en mis más extraños momentos de divagación. Ahora, como lo dije, estoy en Carampoma, la tierra que vio nacer la belleza indescriptible de mi madre, sus encantos furibundos y su carácter poco sobrio. Ella aún está conversando con su madrina en su casa, mientras yo, en un dominio admirable, estoy solo, con unas revistas bajo el vientre, el lápiz tenso y el alma en un hilo de recordar todas las mariconadas que la vida me deparó en mis otros 30 años. Recuerdo mi primer encuentro amatorio con Keelen, mi prima, a los 10 años en su habitación, mientras todos conversaban y veían tv en la sala. Nadie se podía imaginar que la precocidad se escribía con “w” aunque en realidad haya sido víctima de la más vil seducción de una atrevida nínfula de 15 años. Recuerdo, también, la vez en que me quedé a dormir en la casa de mi novia, Sofía. Tiempos en los que sus padres viajaron y su tía, con la que la habían dejado encargada, cayó en los horrendos juegos de seducción de Gustavo, un entrañable amigo de la universidad. Esa imperturbable noche dejamos caer uno a uno nuestras mojigatas vestimentas y sucumbimos al infausto juego del placer, y solo después de ello, con ella en mi pecho y mi mirada pérdida en algún rincón de su techo, pude agradecer las artimañas que Gustavo se valía para seducir hasta a las más inexpugnables tías.

Bajo de las colinas escoltado por unos caballos montados por unos campesinos quechuahablantes. Mi madre me mira absorta, preguntándose dónde diantres aprendí quechua.

-Lo aprendí cuando tenía 26 años, viejita- le afirmé con sarcasmo, sabiendo que me miraría con sus ojos tiernos y me empujaría mi cabeza hacia su vientre, que aún es lozano y firme.

Durante la cena empiezo a seccionar mis 30 pasados años en etapas. Mi niñez, mi mocedad, mi autoconocimiento, mi adultez y mi extraña madurez. Aunque aun siga pensando en la certidumbre de ese aforismo “Definitivamente envejezco sin madurar”. De todas ellas la que me más me trae recuerdos es mi adultez, cuando empiezo a darme cuenta de lo relevante que soy para el mundo y al mismo tiempo, lo intrascendente que somos a veces. Recuerdo mi primer trabajo calificado, en la empresa de uno de mis suegros así como la vez en que mi sueño de publicar un libro se hizo realidad. La historia era más o menos fofa y ridícula, pero en cada uno de sus páginas se encontraba mis más grandes temores y fantasmas, mis más grandes sueños y conflictos, y la quimera torpe de un futuro mejor. A pesar de que muchos lo leyeron, así como el blog que cultivé con entusiasmo desde los 21 años, me quedé con la irrisoria idea de que era un desperdicio de tiempo y recursos, aunque, valgan verdades, el sentimiento de liberación, tranquilidad y paz interior hayan sido uno de los valores rescatables de ese libro.

Ahora a los 10 años, empiezo a entender mejor la lógica que mueve al mundo –este y todos los mundos-. Todos estamos aquí por algo, con un valor trascendente que habita en nuestros corazones, con un ideal de un futuro mejor, con amor y paz, con esfuerzo y sacrificio, con fuerzas que empujan hacia el bien común, el bien de todos, de los nuestros, de los suyos. Todos en búsqueda de algo que nos atormenta y nos enajena, con el sólo fin de sentirnos mejor. Algunos recurrirán a los apegos materiales y placenteros, otros a los espirituales y trascendentales. Yo creo, con un ápice de seriedad, que cada quién encuentra el camino a la verdad en algún momento de su vida, ya sea cuando tenga 30 o cuando tenga 10, no importa la edad, lo que importa es cuanto estemos dispuestos a creer.

Sentado en el ómnibus, sabiendo que en escasas 4 horas, pasando por San Pedro de Casta y Huinco, estaré en casa, con mis hermanos y mi papá en la rojiza mesa redonda comiendo un festín de pocas castas. En las próximas horas estaré sentado en las manidas carpetas del “San Antonio de Abad” alzando la mano al llamado de la dirección de que mi padre ha venido a buscarme. Ahora que la jodida vida me ha devuelto la oportunidad, le diré que lo quiero mucho aunque años atrás haya vivido solo, en la eternidad de mi madre, y que en otro tiempo y espacio le haya sido parco, fruto de las pocas coincidencias. Dentro de unas horas estaré acomodado en la habitación de Keelen, a la espera de su eminente ingreso con carros, muñecas y juguetes que nunca utilizaremos pero que tanta alegría nos trae.

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7 comentarios:

A las 23 de marzo de 2008, 16:34 , Anonymous Anónimo ha dicho...

Q xvere como te proyectas... aunq la vida tiene tantos caminos, cada uno de ellos te muestra otros caminos y al final puedes enredarte.. no se si depende de uno o todo es parte del "destino" lo cierto es que nunca se sabe ni como ni cuando ni xq pasaran las cosas. Tu amiga -cmmf-

 
A las 24 de marzo de 2008, 7:13 , Blogger DESPUÉS DEL DOLOR ha dicho...

ahora tengo 8 años.....y creo que siempre los tendre.....

 
A las 26 de marzo de 2008, 19:48 , Blogger Esteban Ramon ha dicho...

Gracias por el comentario Cecilia Yo pienso que las cosas suceden por algo y éstas devienen de lo que hayas decidido anteriormenmte, una cosa conduce a la otra, aunque no sea un karma instantaneo, el mundo da vueltas y en el momento menos pensado te tienes atrapado en una realidad que nunca pensaste. Advierto que no es un proyecto, sino una mera especulacion, ahora que esta de moda esa bendita palabra.

 
A las 26 de marzo de 2008, 19:51 , Blogger Esteban Ramon ha dicho...

Wendicita, recuerda que para mí siempre tendrás 11 años

 
A las 30 de marzo de 2008, 18:32 , Anonymous Anónimo ha dicho...

Buena historia, contada por alguien como tu. La cosas que te habras estado fumando cuñao, pero salió bien. Es interesante la forma de ponerte en tu propio pellejo de 20 años atras, me pregunto como sería si es que la vida me deparara una nueva oportunidad. Que cosas que no hice haria, y que cosas que lamentablemente hice las remediaria. Alucinante

 
A las 30 de marzo de 2008, 18:33 , Blogger Esteban Ramon ha dicho...

Nuevo diseño, espero os guste.

 
A las 30 de abril de 2008, 8:35 , Blogger Esteban Ramon ha dicho...

Esta pequeña historia, grandemente inversosímil por cierto, es una historia que aún percibo como cierta. La sensación de haber vivido algo exactamente como lo que esta ocurriendo en estos momentos es conocido como "deja vu". Me pregunto si este sentimiento responde a las vivencias de una vida pasada, o a la vuelta en vida de nuestros yo. Las cosas y misterios que aún flotan en nuestra vida son tan grandes como nuestra imaginación (o alucinación). Saludos a todos por la visita.

 

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