domingo, 9 de diciembre de 2007

Salió el sol: Mancuerdas y calambres

La cantidad de público que se inscribe en el gimnasio aumenta considerablemente los últimos meses del año, por el simple motivo de que se viene verano, y los almuerzos en la calle, las cenas inesperadas, los panecillos y los gustitos, en general, le han pasado factura a nuestro tan cultivado cuerpo. Dentro de esta cantidad de público me ubico yo, con 10 kilos de sobrepeso y más de un lugar no poco malubicado. Pertenezco a un grupo optimista de gente que cree que el último mes del año le servirán de algo para verse mejor en verano. La rutina se hace intensa y a sudar se ha dicho, a quemar lo que comimos en esos días angustiantes de frío. El gimnasio no sólo es el lugar de los presumidos-físicos, sino también de aquellos que aun mantienen la ilusión de reducir en algo los kilitos de más. Y como decía esa mezcla de optimismo y presunción en un mismo lugar, hace que la estadía se haga más tolerante, al menos para las personas que no están acostumbradas a hacer ejercicio a parte de levantarse del sillón para la cocina, de la cocina al sillón y luego a la cama, pues ellos tendrán como referentes a esos que por unos continuados meses, semanas y días apostaron por el estar regios. Por mi parte, son estos meses los que me llaman la atención para ingresar a este mundo ligero y de mucha voluntad. Es claro que uno se sienta y, posteriormente, se vea bien luego del gimnasio, pues aumenta el estima por uno mismo (entiéndase autoestima). Cada sesión de aproximadamente… 90 minutos es una panacea para el sobrepeso, eso es claro, pero también un incentivo para la alicaída imagen personal. El estar en el gimnasio es una exposición constante a imágenes realmente de figuras inverosímiles, de campeones de fisicoculturismo y cosas por el estilo, que al salir, y dirigirte a tu casa, sientes que los movimientos flácidos de tus tetillas han desaparecido, que tus brazos se asemejan a los de los hombres de las imágenes, que tus piernas son de acero, y que irradias un ki semejante al de Gokú. Llegas a tu casa, haces algo, te duchas y te acuestas.

Al día siguiente tus brazos parecen una copa de cristal que al menor contacto con algo parecen desplomarse, tus piernas son unos fideos duros que tienden a quebrarse, y tu abdomen es una boca entumecida después de la extracción de una muela. En fin, todo esto sucede en el primer día de gimnasio que para muchos, como toda primera vez, tiene un ápice de dolor y sufrimiento. Claro, después te acostumbras y te conviertes en un guerrero troyano, bueno eso espero. Saludos.

[Cosas que suceden en el gimnasio]

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