“De carboncillos y huelgas”

Me agradan los momentos en los que me encuentro en mi cuarto, solitario, escuchando una música tranquila de fondo, sentado, arrebujado por alguna chompa vieja pero efectiva en estos húmedos e hipócritas tiempos। Acurrucado como un ovillo de lana en el sofá, libre (no hay momento más libre e introspectivo que ese), recordando los pocos momentos en que uno está así, más aun en una ciudad (debería decir mundo) donde se convive con la rutina, el ajetreo y las angustias por el tiempo y el dinero. Estos momentos son distintos - “gracias” a un receso en las universidades públicas por la huelga de los catedráticos- dónde uno se puede sentar a pensar, la música ayuda muy bien en eso। Comienzo tratando de planificar lo que serán mis próximos tres meses: el gimnasio, quién no se quiere ver “mejor” para verano; los días que durarán el CONEA (Congreso Nacional de Estudiantes de Administración) en Piura; las postergables clases de guitarra; y unas eventuales lecciones de conducir. Trato de encajar todas estas futuras actividades, pero no puedo evitar la divagación. Pienso –ante la recurrente pregunta ¿Tienes enamorada?- en cuanto tiempo estoy sin una relación estable, y me pregunto a qué se debe. No es que no trate de “acercarme” a alguna mujer, sino que las circunstancias no son las mejores: mujeres comprometidas, enamoradas, distraídas, etc. Si estas circunstancias son pasajeras, entonces me pregunto cuáles son mis preferencias (aquellos que se presume más o menos estable), qué es lo que busco inconscientemente. Pienso en que no tengo ninguna preferencia। Entonces surge algo que me atormenta a menudo: No debo considerar mis prejuicios si quiero iniciar una relación seria. Me pregunto ¿Puedo pensar en la posibilidad de iniciar algo serio con alguien que ya tiene pareja? Muchos (por no decir todos) dirán que me fije o busque a otra persona, y decorosamente recurrirán al argumento estadístico que dice que por cada hombre hay tres mujeres. No obstante, esa relación de 3 a 1 me tiene absolutamente sin cuidado. Que pasa si es que esta chica se mantiene a esta relación por absoluta presión (de donde venga), costumbre o miedo. Obviamente, para los que me conocen, no tengo fama de “serrucho”, ni mucho menos tengo los rasgos que me caracterizan y me conviertan –como dice R। Cisneros- en un PUA (pick-up artist) o maestro del levante. Entonces surge ese recurrente dilema: Debería adoptar esa típica postura bobalicona de respeto a las relaciones o debería atreverme a pugnar por ese, quizá, merecido fin। Es decir, seguir como siempre o ir como el salmón en contra de la corriente. Quizá ella me ame en silencio, quizá la ame como a nadie he amado. Esto me lleva a concluir –y para esto recurro a este medio para sus sabios consejos amigos lectores – que como en el amor no hay fórmulas matemáticas, no hay otro remedio que acudir a la experiencia. Quizá sea el resfriado que adquirí, a raíz del cumpleaños de Evelyn –una amiga del colegio-, que me hace poner romántico y algo huachafo, y mientras pase este transitorio estado de enajenación, que caracteriza sólo a los orates y enamorados, sólo espero encontrar otro espacio donde poder alcanzar otros niveles de afectividad algo olvidados, menospreciados, o estúpidamente dilatados.

Click y entiendanme